El club de los negocios raros - Chesterton
LAS EXTRAORDINARIAS AVENTURAS DEL COMANDANTE BROWN
LAS EXTRAORDINARIAS AVENTURAS DEL COMANDANTE BROWN
Create successful ePaper yourself
Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.
Era muy tar<strong>de</strong> cuando salimos <strong>de</strong> casa <strong>de</strong> <strong>los</strong> Chadd, y hay una caminata sumamente<br />
larga y fatigosa <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Shepherd's Bush hasta Lambeth. Sirva esto <strong>de</strong> excusa al hecho <strong>de</strong><br />
que Basil y yo (pues yo pasé la noche en su casa) bajáramos a <strong>de</strong>sayunar al día siguiente<br />
a una hora verda<strong>de</strong>ramente intolerable, en realidad, muy cerca <strong>de</strong>l mediodía. A pesar <strong>de</strong><br />
lo avanzado <strong>de</strong> la hora, nos sentamos a la mesa haciéndonos <strong>los</strong> remolones. Grant, sobre<br />
todo, parecía tan soñoliento que apenas reparó en el montón <strong>de</strong> cartas que tenía junto al<br />
plato, y dudo que hubiera abierto alguna si encima <strong>de</strong> ellas no se hubiese encontrado el<br />
único objeto entre la incuria mo<strong>de</strong>rna que ha logrado imponerse como algo<br />
verda<strong>de</strong>ramente urgente y coercitivo: un telegrama. Basil lo abrió con la misma<br />
distracción indolente con que rompía su huevo y absorbía su té. Cuando lo hubo leído no<br />
se le estremeció un cabello ni dijo una palabra, pero algo que no puedo precisar me dijo<br />
que <strong>los</strong> nervios <strong>de</strong>l aquel imprevisible personaje se habían disparado. Aun cuando no dijo<br />
nada ni se conmovió, comprendí que instantáneamente había vuelto a la realidad, como si<br />
recibiera encima un jarro <strong>de</strong> agua fría. Por tanto, apenas me sorprendí cuando se<br />
incorporó y se <strong>de</strong>splomó sucesivamente en la silla, arrojó luego ésta lejos <strong>de</strong> sí <strong>de</strong> un<br />
puntapié como si fuera un perro sarnoso y se plantó a mi lado en dos zancadas.<br />
-¿Qué le parece esto? -dijo, pasándome el telegrama.<br />
-Este <strong>de</strong>cía: «Venga enseguida. Estado mental <strong>de</strong> James peligroso. Chadd».<br />
-¿Qué querrá <strong>de</strong>cir la mujer? -dije con irritación, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> reflexionar un momento-.<br />
Esas mujeres vienen diciendo que el pobre profesor está loco casi <strong>de</strong>s<strong>de</strong> que nació.<br />
-Está usted en un error -dijo Grant sosegadamente-. Es cierto que las mujeres sensatas<br />
tienen por locos a <strong>los</strong> hombres estudiosos. Bien miradas las cosas, es cierto que todas las<br />
mujeres, <strong>de</strong> cualquier clase que sean, tienen por locos a todo género <strong>de</strong> hombres. Pero no<br />
lo dicen en telegramas, <strong>de</strong>l mismo modo que no le telegrafían a uno diciendo que la<br />
hierba es ver<strong>de</strong> o que Dios es misericordioso. Estas cosas son perogrulladas, y la mayor<br />
parte <strong>de</strong> las veces asuntos privados. Si la señorita Chadd ha escrito bajo la mirada <strong>de</strong> una<br />
mujer extraña en una oficina <strong>de</strong> telégrafos que su hermano ha perdido la cabeza, pue<strong>de</strong><br />
usted asegurar que lo ha hecho porque se trataba <strong>de</strong> una cuestión <strong>de</strong> vida o muerte, y no<br />
se le ocurre otra manera <strong>de</strong> obligarnos a ir a su casa con rapi<strong>de</strong>z.<br />
-No cabe duda que nos obliga -dije yo sonriendo.<br />
-Por supuesto -contestó Basil-. Aquí cerca hay una parada <strong>de</strong> coches.<br />
Basil apenas dijo una palabra mientras el carruaje nos conducía por el puente <strong>de</strong><br />
Westminster, a través <strong>de</strong> Trafalgar Square, a lo largo <strong>de</strong> Piccadilly y por la avenida <strong>de</strong><br />
Uxbridge. Hasta que no estuvimos ante la puerta <strong>de</strong>l profesor Chadd no abrió la boca.<br />
-Me parece que puedo darle mi palabra, amigo mío -dijo-, <strong>de</strong> que nos hallamos ante uno<br />
<strong>de</strong> <strong>los</strong> casos más extraños, más pasmosos y más complicados que han acaecido jamás en<br />
Londres, ni a <strong>de</strong>cir verdad en ninguna civilización elevada.<br />
-Con todo respeto y condolencia, <strong>de</strong>bo confesar que no pienso lo mismo -dije yo-. ¿Es tan<br />
extraordinario y complicado que un viejo sonámbulo que ha andado siempre rondando<br />
<strong>los</strong> límites <strong>de</strong> lo inconcebible se haya vuelto loco <strong>de</strong> la emoción producida por una gran<br />
alegría? ¿Es tan extraordinario que un hombre que tiene un rábano por cabeza y una<br />
telaraña por alma no tenga suficientes energías para resistir un inesperado cambio <strong>de</strong><br />
fortuna? ¿Es, en fin, tan extraordinario que James Chadd haya perdido el juicio por la<br />
Página 65