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Diario Jorge Fox - Instituto ALMA

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96 DIARIO DE JORGE FOX<br />

A pesar de esta carta, los jueces continuaron resueltos a no<br />

permitir que me llevaran ante ellos, y difamándome y mo -<br />

fándose de mí, a mi espalda, me dejaron a merced de los magis -<br />

trados de la ciudad, alentándolos tanto como pudieron para que<br />

ejercitasen su crueldad sobre mí. A consecuencia de esto (a<br />

pesar de que me habían puesto tan cerca de la casa del carcelero<br />

que a los Amigos no les era permitido visitarme, habiéndosele<br />

negado al coronel Benson y al juez Pearson que pudieran<br />

verme) al día siguiente, después que los jueces salieron de la<br />

ciudad, el carcelero recibió una orden, que fue cumplida, de que<br />

me bajara al calabozo y me metiera allí entre cuadrillas de<br />

merodeadores, ladrones y asesinos. Era este un lugar sucio y<br />

sórdido, donde hombres y mujeres convivían indecentemente,<br />

no habiendo siquiera una letrina, y los presos tan piojosos que<br />

una mujer casi murió comida de los piojos. Sin embargo, con<br />

todo y lo horrible de este lugar, los presos me amaron y se<br />

sometieron a mí, convenciéndose muchos de la Verdad, como<br />

los publícanos y las meretrices de antaño, de modo tal, que<br />

hubieran podido confundir a cualquier sacerdote que se acercara<br />

a las rejas con ánimo de discutir. Pero los carceleros eran muy<br />

crueles, y el subalterno abusaba mucho de mí y de los Amigos<br />

que venían a verme; pegando con un gran bastón, como si<br />

apaleara a un fardo de lana, a los Amigos que, a pesar de ello, se<br />

acercaban a mirar por la ventana para ver si me verían. Podía yo<br />

encaramarme a la reja, de donde algunas veces cogía mi<br />

comida, lo cual más de una vez, había irritado al carcelero, y en<br />

una ocasión, lleno de ira, pegándome con su garrote, gritaba.<br />

"Salte de la ventana," a pesar de que en aquel momento no<br />

estaba a la reja, sino bastante lejos de ella. Mientras me apaleaba<br />

yo me puse a cantar, en el poder del Señor, y como esto aun lo<br />

irritó más, se fue a buscar a un violinista y, trayéndolo a donde yo<br />

estaba, lo hizo tocar, creyendo que así me vejaba, pero mientras él<br />

tocaba, el infinito poder del Señor me impulsó a cantar y mi voz<br />

ahogando el sonido del violín hizo que el mú sico suspirando,<br />

dejase de tocar, y se marchase avergonzado.<br />

La mujer del juez Benson vino a visitarme, por inspiración del<br />

Señor, y no comía otras viandas que las que comiera conmigo a la<br />

ventana del calabozo. También ella después fue encarcelada en<br />

York estando embarazada, por haberle hablado a un sacerdote; y la<br />

metieron en la cárcel sin permitirle que

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