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Diario Jorge Fox - Instituto ALMA

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DIARIO DE JORGE FOX 131<br />

Luego conseguimos otra habitación donde pasamos la noche<br />

juntos; y al atardecer declaramos la Verdad al pueblo, pero<br />

estaba endurecido y en tinieblas. También los soldados, a<br />

pesar de sus promesas, se comportaron de manera soez y perversa,<br />

pasando toda la noche bebiendo y aullando.<br />

Al día siguiente nos llevaron a Launceston y el capitán<br />

Keate nos entregó al carcelero. No había allí, cerca de nosotros,<br />

ni Amigos, ni simpatizantes, y los habitantes de la ciudad estaban<br />

endurecidos y en tinieblas. El carc elero nos requirió a<br />

que le pagásemos siete chelines a la semana por darle de comer<br />

a nuestros caballos y siete más por la comida de cada uno de<br />

nosotros; mas al poco tiempo, vinieron a vernos varias personas<br />

austeras, y otras, de aquella ciudad, se convencieron, y<br />

también vinieron a visitarnos, de diferentes lugares de aquella<br />

región, muchos simpatizantes que se convencieron. Entonces<br />

se levantó contra nosotros la ira de los eclesiásticos y sacerdotes,<br />

que decían, "Esos que andan tuteando a todo el mundo sin el<br />

menor respeto; que nunca se quitan el sombrero, ni doblan la<br />

rodilla ante nadie," esto los hacía saltar de ira. "Mas," añadían,<br />

"ya veremos si cuando llega el juicio se atreven a hablarle de<br />

tú al juez y a tener el sombrero puesto delante de él." Es peraban<br />

que el tribunal nos condenaría a muerte; mas todo eso<br />

era insignificante para nosotros, que veíamos como Dios des -<br />

preciaba los honores y las glorias mundanas. A nosotros nos<br />

era mandado no desear tales honores ni darlos, ya que sabíamos<br />

del honor que solamente viene de Dios, y lo buscábamos.<br />

Fueron nueve semanas las que transcurrieron desde nuestro<br />

encarcelamiento hasta el día del juicio, y vino abundancia de<br />

gente, de cerca y de lejos, para asistir al juicio de los Cuáqueros.<br />

Estaba allí, un tal capitán Bradden, con sus tropas de caballería;<br />

y estos soldados, junto con los hombres a las ordenas del<br />

alguacil, nos custodiaron hasta el tribunal, a través de la multitud<br />

que llenaba las calles, teniendo gran dificultad para hacernos<br />

pasar por en medio del gentío; y también las puertas y las<br />

ventanas estaban atestadas de gente que nos miraba pasar.<br />

Cuando llegamos a la sala del tribunal, estuvimos bastante rato<br />

con los sombreros puestos, y todo estuvo en calma; y yo me<br />

sentí dirigido a decir, "La paz sea con vosotros." El juez<br />

Glynne, del país de Gales, entonces justicia mayor de Inglaterra,<br />

dijo al carcelero, "¿Quiénes son estos que habéis traído aquí, a<br />

presencia del tribunal?" "Prisioneros, mi señor," y en esto,

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