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Diario Jorge Fox - Instituto ALMA

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162 DIARIO DE JORGE FOX<br />

bamos muy débiles de tanto viajar por Gales, siéndonos difícil,<br />

en algunos sitios, conseguir forraje para nuestros caballos, y<br />

también en muchos, comida para nosotros.<br />

Al día siguiente seguimos hasta Flintshire, proclamando el<br />

día del Señor por las ciudades, y, por la noche, fuimos a<br />

Wrexham, adonde vinieron a vernos muchos Amigos de Floyd;<br />

eran muy rudos, feroces y también muy vacíos, no habiendo<br />

comprendido muy bien lo que era la Verdad, y, sin embargo,<br />

algunos se convencieron en aquella ciudad. A la mañana<br />

siguiente, una dama, que tenía en su casa un predicador me<br />

mandó a buscar. Fui, pero encontré que tanto la dama como el<br />

predicador eran muy vanos y ligeros; demasiado ligeros para<br />

recibir las consistentes verdades del Señor; en su ligereza, ella<br />

me preguntó si no debería, ella misma, cortarme el cabello, y<br />

yo, que me sentí dirigido a reprenderla, la amonesté a que, con<br />

la espada del Espíritu de Dios, se cortara la corrupción que era<br />

en ella. Más tarde, con su mentalidad frívola, se jactaba de que,<br />

poniéndose detrás de mí, me había cortado un mechón de<br />

cabello. Pero decía mentira.<br />

Viajé por todos los condados del país de Gales, predicando el<br />

evangelio infinito de Cristo; y ahora hay allí un pueblo valiente,<br />

que habiéndolo recibido, se reúne bajo las enseñanzas de Cristo.<br />

Después fuimos a Manchester, y, por celebrarse aquel día la<br />

sesión del tribunal, vinieron del campo muchas personas rudas.<br />

En la reunión, me tiraron carbones, terrones, piedras y agua; y,<br />

no obstante, el poder del Señor me elevó sobre ellos de manera<br />

que no pudieron hundirme. Finalmente, viendo que tirándome<br />

agua, piedras e inmundicias no se salían con la suya, fueron al<br />

tribunal a hablar a los magistrados, los cuales, en consecuencia,<br />

mandaron a los oficiales que me llevaran ante ellos. Llegaron<br />

los oficiales mientras estaba yo declarando la palabra de vida,<br />

y, tirando de mí, me llevaron a la sala de sesiones. Cuando<br />

llegué, todo estaba en desorden y armaban todos mucha<br />

gritería: Ante esto, pregunté dónde estaban los magistrados<br />

que no obligaban a la gente a comportarse civilmente.<br />

Algunos magistrados, dijeron que ellos eran magistrados, y les<br />

pregunté porque no aquietaban a la gente, para que se<br />

comportasen sobriamente, ya que uno se puso a gritar, "Yo<br />

juraré," y otro también, "Yo juraré." Declaré ante los<br />

magistrados, como la gente ruda nos había maltratado en nuestra

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