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Diario Jorge Fox - Instituto ALMA

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68 DIARIO DE JORGE FOX<br />

que aquéllos que antiguamente fueron condenados por los<br />

profetas, y por Cristo, y por los apóstoles, y los exhorté a que se<br />

saliesen de los templos hechos con las manos; y a que esperasen a<br />

recibir el espíritu del Señor, pudiendo ser así ellos mismos los<br />

templos de Dios. Ninguno de los sacerdotes tuvo poder de abrir la<br />

boca en contra de lo que yo reclamé; mas al fin, dijo un capitán,<br />

"¿Por qué no queréis ir a la iglesia? éste no es lugar adecuado para<br />

predicar." y le respondí, que yo negaba su iglesia, y en esto salió<br />

un predicador independiente, un tal Francisco Hogwill, que a<br />

pesar de que nunca me había visto antes de aquel día, tomó por su<br />

cuenta el responder al capitán, al que pronto redujo al silencio; y<br />

entonces Francisco Hogwill, dijo de mí, "Este hombre habla con<br />

autoridad, y no como los escribas" Después de esto, revelé a la<br />

gente que aquel lugar no era más sagrado que otro, y que aquella<br />

casa no era la iglesia, sino que la gente era el templo del cual<br />

Cristo era la cabeza. Poco después los sacerdotes se acercaron a<br />

mí y yo les advertí de que se arrepintieran. Uno dijo que yo estaba<br />

loco, y en esto se marcharon. Pero muchos se convencieron aquel<br />

día, con alegría de oír declarar la verdad que recibieron con júbilo.<br />

Y marchándome fui a una casa, y allá vino un tal capitán Ward, el<br />

cual dijo que mis ojos lo penetraban, y recibiendo la verdad en el<br />

amor de ella, en ella vivió y murió.<br />

El Primer día siguiente fui a la capilla Firbank, en Westmorland,<br />

donde Francisco Hogwill, antes nombrado, y Juan<br />

Audland habían predicado por la mañana. La capilla estaba llena<br />

de tal modo que muchos se quedaron sin entrar, y Francisco<br />

Hogwill dijo que creyó que yo estaba miranda al interior de la<br />

capilla, y que de tanto como le sorprendió el poder del Señor, lo<br />

hubiese podido matar con una manzana; mas yo no había<br />

mirado. Se dieron gran prisa y acabando enseguida, ellos y<br />

algunos de los oyentes se fueron a comer; mas abunda ncia de<br />

gente quedó hasta que volviesen. En esto Juan Blaykling junto<br />

con otros se acercaron a mí, con el deseo de que no les<br />

reprendiera públicamente, porque ellos no eran maestros con<br />

parroquia sino hombres buenos y piadosos; yo no pude decirles<br />

si lo haría o no (a pesar de que en aquel momento no sentía<br />

ningún impulso de declarar públicamente en contra de ellos),<br />

mas les dije que me tenían que dejar a la voluntad del Señor.<br />

Mientras los demás estaban comiendo fui a un arroyo y bebí un<br />

poco de agua, y entonces fui y me senté en lo alto de una

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