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Diario Jorge Fox - Instituto ALMA

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258 DIARIO DE JORGE FOX<br />

invadiese toda la cristiandad; y, al mes siguiente, llegaron<br />

nuevas que daban cuenta de como había sido derrotado.<br />

Otra vez, paseándome por mi celda, con los ojos puestos en<br />

el Señor, vi al ángel del Señor que, en dirección hacia el Sur,<br />

blandía desenvainada una espada reluciente, y parecía como<br />

si la corte estuviera en llamas. Poco después, estallaron las<br />

guerras con Holanda, apareció la epidemia y al poco tiempo el<br />

incendio de Londres; de modo que la espada del Señor estaba<br />

en verdad desenvainada.<br />

En esto, debido a tan largo encarcelamiento, siempre encerrado<br />

en un sitio tan malsano, mi cuerpo se fue debilitando;<br />

mas el poder del Señor, que está sobre todo, me sostuvo en todo<br />

y me dio así la posibilidad de que le sirviera, para la causa de<br />

Su verdad y de Su pueblo, según lo permitiera el lugar donde<br />

me hallase. Y mientras estuve en la prisión de Lancaster<br />

contesté a varios libros.<br />

Después del juicio, el coronel Kirby y otros magistrados,<br />

a quienes molestaba mi presencia en Lancaster, a causa de la<br />

triste manera como había tenido que arrancarles el pellejo<br />

cuando me juzgaron, estaban maquinando que me trasladaran a<br />

algún lugar remoto; y el coronel Kirby amenazó con que me<br />

enviarían lo bastante lejos, más allá del mar. Cerca de seis<br />

semanas después del juicio, consiguieron una orden del rey y<br />

de su consejo para sacarme de Lancaster; y trajeron también<br />

una carta del conde de Anglesea en la que decía que si se<br />

probaban ser ciertas las cosas de que me acusaban, no merecía<br />

ni perdón ni clemencia; si bien que el mayor crimen de que me<br />

acusaban era que por no desobedecer al mandamiento de Cristo<br />

no podía jurar.<br />

Cuando ya lo tuvieron todo listo para trasladarme, los<br />

hombres a las órdenes del carcelero subalterno y del carcelero<br />

jefe, vinieron y junto con algunos alguaciles me sacaron del<br />

castillo; cuando me sentía tan débil, de haber estado tanto<br />

tiempo en aquella prisión fría, húmeda y llena de humo, que ni<br />

podía andar ni tenerme en pié. Me llevaron a casa del carcelero<br />

y allí estaban, Guillermo Kirby, un magistrado y otra gente, y<br />

pidieron por vino para darme. Les dije que no quería de su vino;<br />

y entonces gritaron, "Sacad los caballos." Quería yo que, si<br />

tenían intención de llevarme a otro lugar, me enseñasen primero<br />

la orden que los autorizaba a ello; pero solamente me enseñaron<br />

sus espadas. Les dije que no me habían sentenciado

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