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Diario Jorge Fox - Instituto ALMA

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DIARIO DE JORGE FOX 211<br />

encontraron a Esquire Marsh, que, a pesar de que pertenecía al<br />

dormitorio del rey, por su amor hacia mí vivía conmigo. Cuando<br />

bajaron, preguntaron, "¿Por qué tenemos que llevarnos este<br />

hombre? Nosotros queremos dejarlo en paz." "¡Oh!" dijo<br />

entonces el del parlamento, "es uno de los jefes y cabeza del<br />

partido." Ante esto, los soldados se disponían a llevarme, pero al<br />

oírlo, Ricardo Marsh, mandó a buscar al que mandaba el grupo y<br />

le pidió que me dejasen porque quería que compare ciese a la<br />

mañana siguiente.<br />

Por la mañana, antes de que pudiesen cogerme y antes de que<br />

se empezase la reunión, vino a la casa un grupo de soldados de a<br />

pié y sacando uno su espada la suspendió sobre mi cabeza. Le<br />

pregunté porque sacaba su espada contra un hombre inde fenso;<br />

ante lo cual sus compañeros lo advirtieron a que la retirase. Estos<br />

soldados me llevaron a Whitehall, antes de que los otros viniesen<br />

por mi; y mientras iba con ellos me encontré con varios Amigos<br />

que venían a la reunión, a los cuales recomendé valor y<br />

resignación, y les di ánimos para que perseverasen en la Verdad.<br />

Cuando llegamos a Whitehall, los soldados y la gente se<br />

comportaron brutalmente, pero no obstante les declaré la Verdad;<br />

mas algunas personas de signifi cación que estaban llenas de<br />

envidia, se acercaron y les dijeron, "Cómo! ¿Lo dejáis predicar?<br />

Metedlo en algún sitio donde no pueda incitar a la gente." Me<br />

encerraron bajo la vigilancia de los soldados, y les dije que<br />

aunque confinaran mi cuerpo y lo encerrasen no podrían detener<br />

la palabra de vida. Entonces vinieron unos que me preguntaron<br />

quien era; a los cual res pondí, "Un predicador de lo que es justo;"<br />

y después de estar allí por dos o tres horas, Ricardo Marsh habló<br />

a Lord Gerardo que vino y los amonestó a que me pusieran en<br />

libertad. Cuando me soltaron, el mariscal me pidió feudos. Le<br />

dije que no le daría nada, por no ser nuestra costumbre, y le<br />

pregunté como era que me pedía feudos siendo yo inocente; sin<br />

embargo, le añadí que, dentro de mis medios, le daría dos<br />

centavos para que él y los soldados fuesen a beber; pero<br />

protestaron de ello tomándolos con desdén y les dije que si no los<br />

querían aceptar, que eligiesen, porque no les pagaría feudo<br />

alguno.<br />

Entonces me dirigí a los guardas, estando sobre ellos el poder<br />

del Señor; y luego que hube declarado la Verdad a los soldados,<br />

me fui calle arriba, encaminándome a una posada, con dos<br />

coroneles irlandeses que venían de Whitehall; en cuya posada

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