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Diario Jorge Fox - Instituto ALMA

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DIARIO DE JORGE FOX 259<br />

ni se me había declarado culpable, que yo lo supiera; por<br />

donde no estaba preso bajo la jurisdicción del rey sino del<br />

alguacil, pues ya ellos, y todos en la región, sabían que, en el<br />

último juicio no me habían dejado terminar de hablar, ni que<br />

declarase todos los errores que había en la acusación, los cuales<br />

eran suficientes para anularla; con todo y haberme dejado de<br />

un juicio para otra con la finalidad de poder llegar a condenarme.<br />

Sin enseñarme la orden, me dieron prisa para que<br />

saliera y me montaron en un caballo del alguacil. Cuando<br />

estuve en la calle, montado en el caballo, rodeado de toda la<br />

gente de la ciudad, que se había reunido para verme, dije a<br />

los oficiales que la manera como me trataban no era ni<br />

cristiana ni humanitaria; pero sin hacerme el menor caso me<br />

hicieron ir corriendo hasta unas catorce millas de Bentham, a<br />

pesar de que estaba tan débil que apenas podía sostenerme<br />

sobre la silla del caballo, y mis ropas olían de tal modo a<br />

humo que hasta a mí mismo me repugnaban. El carcelero un<br />

joven malvado llamado Hunter, le dio al caballo un latigazo<br />

para hacerlo brincar y cocear y así me fuera más difícil<br />

sostenerme en la silla, en el estado de debilidad en que me<br />

hallaba. Después se me acercó y, mirándome a la cara, me<br />

dijo, "¿Cómo estáis señor <strong>Fox</strong>?" Y le respondí que muy<br />

mal estaba lo que él hacía. Poco después el Señor lo<br />

aniquiló.<br />

Cuando llegamos a Bentham, un mariscal y muchos soldados<br />

vinieron a nuestro encuentro; también estaban allí muchos<br />

caballeros de la región y mucha otra gente que me miraba con<br />

curiosidad. Estaba tan débil y me sentía tan rendido que les pedí<br />

que me dejasen echar sobre una cama, lo cual me fue concedido<br />

por los soldados; porque los que me habían llevado hasta allí,<br />

dieron al mariscal la orden que tenían y éste me puso bajo la<br />

custodia de sus soldados. Al cabo de poco rato, sacaron los<br />

caballos, llamaron al alguacil, al condestable y a muchos otros,<br />

y aquella misma noche me hicieron ir a Giggles-wick, a pesar<br />

de que estaba bien débil. Allí llamaron a los condestables y<br />

éstos calzados con sus zuecos pasaron la noche bebiendo en mi<br />

habitación, de modo que poco pude descansar. Al día siguiente<br />

fuimos a una ciudad mercado y allí vinieron a verme varios<br />

Amigos; y Roberto Widders, con otros Amigos, se me acercó<br />

en el camino. A la noche siguiente, pregunté a los soldados<br />

que a donde me llevaban y que a donde me enviaban; unos<br />

respondieron, "Al otro lado del mar," y otros,

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