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Diario Jorge Fox - Instituto ALMA

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DIARIO DE JORGE FOX 27<br />

letrina llagaba hasta mi celda llevado por el viento, y este hedor<br />

penetrando por mi nariz y garganta, poco faltó para que me<br />

asfixiara.<br />

Pero esto no impidió que aquel día el poder del Señor sonara<br />

en los oídos de la gente de modo tal, que sorprendidos de su<br />

voz continuaron oyéndola por mucho tiempo, tan a lo profundo<br />

les llegó el poder del Señor en la iglesia. Llegada la<br />

noche, me llevaron ante el alcalde, regidores y alguacil de la<br />

ciudad y, aunque cuando me introdujeron a su presencia, el<br />

alcalde estaba colérico e impertinente en extremo, el poder del<br />

Señor lo apaciguó. Me interrogaron largamente, explicándoles<br />

yo como fue que el Señor me había impulsado a venir; y después<br />

de cruzarse entre nosotros algunas razones, me mandaron otra<br />

vez a la prisión: mas poco después, el alguacil principal, John<br />

Reckless, me mandó a buscar para que me llevasen a su casa,<br />

y cuando entré en ella, su mujer, que me esperaba en el ves -<br />

tíbulo, dijo, "La Salvación viene a nuestra casa", y tomándome<br />

de la mano, se la veía embellecida por el poder del Señor Dios;<br />

y su marido y los niños y los sirvientes también estaban todos<br />

muy cambiados, porque el poder del Señor era en ellos. Viví<br />

entonces en casa del alguacil y celebramos en ella grandes<br />

reuniones a las que asistieron algunas personas de elevada condición<br />

social en el mundo, y se apareció eminentemente entre<br />

ellos el poder del Señor.<br />

Un día, este alguacil mandó por el otro alguacil y por una<br />

mujer con la que ambos habían tenido tratos, en cuestiones de<br />

negocios, y delante del otro alguacil dijo a la mujer que<br />

habiéndola engañado en sus tratos con ella (ya que él y el otro<br />

alguacil eran socios) estaban obligados a restituirle lo que en<br />

justicia le debieran; esto dijo, alegre en gran manera, mas el<br />

otro lo desmintió y la mujer aseguró que no sabía de que le<br />

estaba hablando; sin embargo, el alguacil honesto insistió en<br />

que así era y que bien lo sabía el otro, y, habiendo descubierto<br />

el asunto, reconoció el mal que ambos habían cometido y devolviendo<br />

a la mujer cuanto él por su lado le debía, exhortó al<br />

otro alguacil a que hiciese lo mismo.<br />

El poder del Señor que moraba en este alguacil honesto,<br />

operó en él un fuerte cambio, y tuvo grandes revelaciones. Un<br />

día, que era de mercado, se paseaba conmigo por la habitación,<br />

en zapatillas, cuando de repente me dijo, "Yo tengo que ir al<br />

mercado a predicar al pueblo el arrepentimiento", y así como

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