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Diario Jorge Fox - Instituto ALMA

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DIARIO DE JORGE FOX 223<br />

ellos, de haber ocasión; por donde, quise que Guillermo Smith<br />

fuese a hablar con la mujer y le hiciese saber que, de dejar<br />

que tuviésemos una habitación para nosotros y que nuestros<br />

Amigos saliesen del calabozo, dejando a nuestro criterio que le<br />

diésemos lo que nos pareciese conveniente, sería mejor para<br />

ella. Fue Guillermo Smith y, después de algunas razones,<br />

la mujer consintió dejando que tuviésemos una habitación. Allí<br />

nos dijeron que el carcelero no permitiría que, de la ciudad,<br />

nos trajesen nada de beber, sino que la cerveza que bebiésemos<br />

se la tendríamos que pedir a él. Les respondí que esto lo<br />

remediaría, porque, con un cubo de agua y un poco de ajenjo<br />

todos los días nos bastaría; de modo que no le pediríamos su<br />

cerveza y el agua no la podría negar.<br />

Cuando llegó el Primer día, dije a uno de mis compañeros<br />

de prisión que cogiese un taburete y lo bajase al patio; y que<br />

hiciese saber, a los presos por deudas y a los delincuentes, que<br />

iba a celebrarse una reunión, en el patio, a la que podían<br />

asistir todos los que quisieran oír la palabra del Señor. Todos<br />

se reunieron en el patio y celebramos una bellísima reunión,<br />

sin que el carcelero se metiera en nada. Dije a mis compañeros<br />

de prisión, que si alguno recibiera algo del Señor, que decir<br />

a la gente, que lo dijese, y de venir el carcelero, yo le hablaría.<br />

Y así fue como celebramos una reunión todos los Primeros días,<br />

durante todo el tiempo que estuvimos en aquella prisión.<br />

Muchos asistieron a ella, de la ciudad y del campo; y allí<br />

recibieron la Verdad algunos que, desde entonces, quedaron<br />

para siempre testigos fieles de ella.<br />

Cuando empezaron las sesiones del tribunal, nos llevaron a<br />

presencia de los Magistrados, junto con otros muchos Amigos<br />

que habían sido encarcelados desde que nosotros estábamos<br />

allí. Éramos entre todos unos veinte. Cuando entramos en la<br />

sala del tribunal, el carcelero nos puso en el lugar donde se pone<br />

a los ladrones; y luego un magistrado nos presentó los<br />

juramentos de Fidelidad y de Supremacía. Les dije que jamás<br />

había prestado un juramento en mi vida y que ya sabían ellos<br />

que nosotros no podíamos jurar, porque Cristo y sus apóstoles<br />

lo habían prohibido; o sea, que nos lo presentaban con intención<br />

de ponernos una trampa. Quise también que leyeran nuestro<br />

decreto de prisión, donde se decía que la causa de nuestra<br />

detención había sido estar celebrando una reunión; y dije que<br />

Lord Beaumont no podía mandarnos a la cárcel por el Acta, de

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