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Diario Jorge Fox - Instituto ALMA

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260 DIARIO DE JORGE FOX<br />

"Al castillo de Tynemouth." Y todos tenían gran temor de que<br />

alguien viniera a librarme de sus manos; pero tal temor era<br />

completamente infundado.<br />

A la otra noche, llegamos a York, y allí el mariscal me llevó a<br />

una gran habitación, adonde vinieron a verme la mayoría de los<br />

soldados, y uno, hombre envidioso, al saber que me habían<br />

confiscado me preguntó qué bienes tenía y si eran tierras<br />

arrendadas o tierras libres. No me di por enterado de su pregunta<br />

y me sentí dirigido a declarar a los soldados la palabra de vida;<br />

muchos eran muy cariñosos. Por la noche, Lord Frecheville, que<br />

mandaba aquellas tropas de caballería, vino a verme y fue muy<br />

cortés y afable. Le hice una relación de mi encarcelamiento y le<br />

declaré muchas cosas relativas a la verdad. Me tuvieron dos días<br />

en York y luego el mariscal y cuatro o cinco soldados recibieron<br />

orden de acompañarme al castillo de Scarborough. También<br />

estos se comportaron conmigo con gran cortesía y amabilidad.<br />

Cuando llegamos a Scarborough, me llevaron a una posada y le<br />

mandaron aviso al gobernador que mandó a seis soldados para<br />

que me custodiaran aquella noche, y, al día siguiente, me<br />

llevaron al castillo, me metieron en una habitación y me pusieron<br />

un centinela de vista. Como estaba tan débil y siempre propenso<br />

a que me diesen vahídos, algunas veces, me dejaban salir a tomar<br />

el aire en compañía del centinela; pero pronto me sacaron de<br />

aquella habitación y me llevaron a otra donde entraba la lluvia y<br />

se llenaba de humo, lo cual me causaba grandísimo malestar.<br />

Un día, el gobernador, Sir José Crosland, vino a verme en<br />

compañía de Sir Francisco Cobb, y quise que entrase en mi<br />

habitación para que viese en que lugar me tenían. Había yo<br />

hecho un pequeño fuego y estaba la habitación tan llena de<br />

humo, que, cuando estuvo dentro apenas si pudo luego encontrar<br />

la salida. Como era un papista le dije que así debía de ser su<br />

purgatorio, en el cual me habían metido. No tuve más remedio<br />

que gastar cincuenta chelines para arreglar que la lluvia no<br />

entrase y que no se hiciera tanto humo; y cuando hube hecho<br />

esto, logrando así que la habitación fuera tolerable, me<br />

cambiaron a otra peor donde no tenía chimenea ni hogar, y que,<br />

estando además de cara al mar y muy abierta, el viento<br />

forzosamente tenía que traer la lluvia dentro; de modo que el<br />

agua corría por el suelo teniendo que secarla con virutas. Y

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