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Diario Jorge Fox - Instituto ALMA

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296 DIARIO DE JORGE FOX<br />

habían abandonado sus reuniones públicas, vinieron a ver<br />

como los Cuáqueros se mantenían firmes.<br />

Al cabo de algún tiempo, empezó a disminuir en Londres el<br />

furor de la persecución, celebrándose las reuniones con más<br />

tranquilidad, y cuando hube terminado en la ciudad, me fui al<br />

campo a visitar a los Amigos. En Reading la mayor parte<br />

estaban en la cárcel y allá fui a visitarlos. Hacía ya un rato<br />

que estaba con ellos, cuando se reunieron todos los Amigos que<br />

estaban presos, viniendo también varias otras personas; de<br />

modo que tuve una buena oportunidad para declararles la<br />

palabra de vida, dándoles valor para que permaneciesen en la<br />

Verdad; y se reconfortaron sintiendo entre ellos la presencia<br />

y el poder del Señor. Cuando se hubo terminado la reunión,<br />

como el carcelero sabía que estaba yo allí, los Amigos comenzaron<br />

a preocuparse, pensando en la manera como podría volver<br />

a salir libre de la prisión. Mas luego que hube pas ado un rato<br />

con ellos, cenando en su compañía, bajé las escaleras y, viendo<br />

al carcelero en la puerta, metí la mano en el bolsillo, lo cual él<br />

bien observó, y con la esperanza de obtener unas piezas de<br />

plata, se olvidó de interrogarme. Le di el dinero y le pedí que<br />

fuese bueno y afable con mis Amigos, que estaban en la prisión,<br />

a quienes había yo venido a visitar; y después de esto salí de<br />

la prisión.<br />

Seguimos camino de Rochester y, deteniéndome en la jornada,<br />

iba paseando por la ladera de una montaña cuando sentí que un<br />

gran peso oprimía mi espíritu. Volví a montar a caballo, mas el<br />

peso continuó de tal manera que apenas si podía cabalgar,<br />

Finalmente, llegamos a Rochester, pero estaba yo muy falto de<br />

fuerzas, tan cargado iba bajo el peso de los espíritus del mundo,<br />

que de tal modo oprimían mi vida. Con dificultad llegué a<br />

Gravesend y entré a descansar en una posada, pero apenas si<br />

pude comer y dormir. Seguí cabalgando, lleno de desasosiego,<br />

hasta Stratford, para ir a casa de un Amigo, que se llamaba<br />

Guillermo y que había sido capitán. Allí me acosté sumamente<br />

débil y por último perdí la vista y el oído. Varios Amigos dé<br />

Londres vinieron a verme y les dije que tenía yo que ser la<br />

señal, para aquellos que no querían ver y los que no querían oír<br />

la Verdad, En tal estado estuve por bastante tiempo, viniendo a<br />

verme mucha gente, y, a pesar de que no podía ver sus personas,<br />

sentía y distinguía sus espíritus, si eran de honesto corazón o<br />

no lo eran. Vinieron a verme varios Amigos que eran

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