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Diario Jorge Fox - Instituto ALMA

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328 DIARIO DE JORGE FOX<br />

sanos y salvos aunque muy cansados, a casa de un Amigo, un<br />

tal Roberto Harwood, en el río Miles, en Maryland. Fue esto el<br />

día dieciocho y, aunque muy cansados y sucios, a causa de las<br />

ciénagas que habíamos atravesado en la jornada, al saber que al<br />

día siguiente se celebraba una reunión asistimos a ella; yendo<br />

luego a casa de Juan Edmundson, de donde, marchando tres o<br />

cuatro millas por el río, fuimos a otra reunión al siguiente<br />

Primer día. Estaba en ella la mujer de un juez, que nunca había<br />

asistido a ninguna de nuestras reuniones, la cual, conmovida,<br />

dijo después, "De mejor gana escucharía a este hombre una sola<br />

vez, que mil a los sacerdotes." Muchos otros quedaron también<br />

muy satisfechos, ya que el poder del Señor fue eminentemente<br />

con nosotros, ¡Bendito sea para siempre Su sagrado nombre!<br />

Desde allí, avanzando como unas veintidós millas,<br />

celebramos una reunión en Kentish Shore, a la que un juez, qu e<br />

un Amigo había invitado, acudió y luego dijo que, "Iría a oír al<br />

Señor <strong>Fox</strong>, con el mismo interés que cualquiera de ellos," los<br />

que le habían invitado, "porque era hombre de sólida base."<br />

Luego, el día veintiséis del Séptimo mes, después de otra<br />

reunión, en casa de Enrique Wilcock, que vivía allí cerca,<br />

habiendo hecho una buena labor para el Señor, nos fuimos, por<br />

el río, como unas veinte millas, a una gran reunión a la que<br />

acudieron varios centenares de personas del mundo, cuatro<br />

jueces de paz, el alguacil mayor de Delaware, un emperador o<br />

gobernador indio y dos jefes. La noche antes tuve una buena<br />

oportunidad de hablar con estos indios, que escucharon la<br />

Verdad con atención mostrándose llenos de amor. Fue aquella<br />

una reunión magnífica y de gran eficacia, tanto para convencer<br />

como para afianzar en la Verdad a los ya convencidos. El<br />

emperador dijo que estaba firmemente convencido de que era yo<br />

un hombre sumamente honesto. ¡Bendito sea el Señor que hace<br />

que se difunda Su bendita Verdad!<br />

Después de la reunión, una mujer, cuyo marido era juez en<br />

aquella parte del país, y miembro de la asamblea, se me acercó<br />

y me dijo que su marido estaba enfermo, con muy pocas esperanzas<br />

de salvarse, y que querría que fuese con ella a verlo.<br />

Estaba su casa a tres millas de dis tancia y, recién salido de la<br />

reunión, muy acalorado, me era muy penoso ir hasta allí; sin<br />

embargo, en vista del buen servicio que podía prestar, fui con<br />

ella a visitar a su marido, a quien hablé de lo que el Señor

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