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Revista Quid 57

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Tal vez el Hitler más intratable y despreciable es el de Aleksandr<br />

Sokurov en Moloch (1999). En esta ocasión, la personificación<br />

física es como cualquier otra. El bigote asoma como<br />

siempre y la raya al costado de la cabellera se percibe con toda<br />

nitidez. Pero la fórmula de Sokurov excede la mímesis; más<br />

bien consiste en destruir el prestigio del líder nazi a partir de<br />

juntar situaciones cotidianas en donde despunta sistemáticamente<br />

la banalidad de su conducta y su absoluta mediocridad,<br />

dos atributos que nunca deberían disociarse del ejercicio del<br />

poder. El Hitler de Sokurov emerge así como un imbécil.<br />

Cuando se baña y se alimenta, cuando baila y juega con sus<br />

amigos, cuando mira los noticieros cinematográficos en donde<br />

se ve reflejado o simplemente cuando se relaja durante un fin<br />

de semana en su cabaña en la montaña, su maldad brilla en<br />

todo su esplendor y el contexto lo festeja y legitima. La maldad<br />

es aquí casi una forma de idiotez que cuenta misteriosamente<br />

con poder; un hombre infame puede erigirse como guía, de tal<br />

forma que las sociedades sean capaces de cualquier cosa.<br />

Entre las criaturas infames existe una particularmente notable.<br />

Es la del hombre común que por circunstancias imprevistas se<br />

va convirtiendo en una figura maligna. El presunto héroe de<br />

Francotirador (2014), de Clint Eastwood, es una de esas<br />

criaturas. En principio, se trata de un cowboy, iniciado en el<br />

tiro por su padre y adoctrinado en una hermenéutica bíblica<br />

con consecuencias psicológicas y sociológicas. Como se sabe,<br />

en el film se hablará de perros, lobos y pastores que cuidan a<br />

los perros, tipos sociológicos simples de una rigidez conceptual<br />

propia de una cosmovisión reducida a una nación que sencillamente<br />

encarna el Bien y lo defiende de sus agresores.<br />

A Chris Kyle, dice Eastwood en su prefacio, no le quedaba<br />

más alternativa que convertirse en un francotirador de<br />

los SEAL. De aquí que Eastwood empiece con una escena<br />

atroz: Kyle tiene en la mira a un niño y a una mujer iraquíes<br />

que aparentan estar a punto de cometer un atentado. ¿Les<br />

disparará? El falso raccord llevará a confundir el disparo sobre<br />

esos blancos, pero la escena ya es sin anunciarse un flashback:<br />

el pequeño Chris aprende con su padre a disparar y alcanza en<br />

esta ocasión a aniquilar a un animal del bosque. En la infancia<br />

sus víctimas eran animales salvajes, en su edad madura sus<br />

muertos serán salvajes con habla. Este procedimiento poético y<br />

narrativo intentará ser el puntapié de una genealogía esquemática<br />

del francotirador, el cual va pasando por distintas etapas de<br />

formación que lo preparan para el arte de matar.<br />

Se dirá que Eastwood mantiene una cierta ambivalencia a<br />

lo largo del relato. Es posible que así sea en varios pasajes.<br />

Es evidente el remordimiento anticipado que surge en Kyle<br />

cuando sus blancos son inocentes. Frente a los rebeldes confirmados<br />

no hay duda: disparar es lo que corresponde. Es decir,<br />

el enemigo nunca es un otro legítimo con objetivos opuestos<br />

o diferentes, algo que Eastwood sí había concebido en Cartas<br />

desde Iwo Jima (2006). En Francotirador, ni en la consciencia<br />

de Kyle ni en el punto de vista que toma la película la indecisión<br />

de matar constituye una opción. Así, bastante rápido, Kyle<br />

se transformará en una leyenda viviente de la puntería; gracias<br />

al número de muertos que acumulará en Irak incrementará su<br />

popularidad entre los miembros de los pelotones.<br />

Eastwood, en verdad, oscila constantemente entre retratar a<br />

un héroe bastante oscuro o a un psicópata en evolución cuya<br />

maldad se sublima patrióticamente bajo una racionalidad<br />

nacionalista y reaccionaria. Por un lado, el psiquismo de Kyle<br />

se deteriora paulatinamente. En efecto, por cada viaje a Irak,<br />

por cada muerto, la enajenación crece y el malestar aumenta.<br />

Los sonidos exteriores en su hogar o en el vecindario remiten<br />

a la batalla; Kyle mirando la televisión apagada mientras la<br />

guerra suena en su cabeza es la forma preferida por Eastwood<br />

para impugnar lo que sucede en las expediciones patrióticas<br />

del ejército estadounidense. También pondrá atención en otros<br />

daños colaterales: no faltará la inclusión de varias escenas en<br />

las que se ve a veteranos de guerra convertidos en lisiados o a<br />

soldados que expresan dudas respecto de las aventuras castrenses.<br />

¿Concesiones de consciencia? Por otro lado, y al mismo<br />

tiempo, Eastwood cederá a la tentación de convalidar el sacrificio<br />

de los soldados, y en especial el de Kyle, racionalizándolo<br />

como una virtud heroica. En una de las escenas más ridículas<br />

de la película, Kyle se encuentra en un negocio de repuestos<br />

de automóviles con un exsoldado que ha perdido su pierna. La<br />

escena no admite dudas, a pesar de la incomodidad de Kyle<br />

frente al elogio del excombatiente. Cuando en el final de la<br />

secuencia este se agache para decirle al hijo de Kyle que su padre<br />

es un verdadero héroe, el film confirmará, en ese instante,<br />

que ha prescindido de la indeterminación para pasar a construir<br />

deliberadamente su proselitismo. ¿Hacía falta, entonces,<br />

la inclusión del material de archivo en el que se observan las<br />

reacciones de la ciudadanía en las calles frente a la muerte concreta<br />

de Kyle? Doble misión cumplida: un hombre con cientos<br />

de víctimas en su haber deviene en héroe nacional mientras las<br />

acciones militares en Oriente dejan, por lo tanto, de resultar un<br />

asalto con fines espurios en nombre de la democracia. El cine<br />

instituye e imprime un mito, en las antípodas de la lucidez que<br />

Eastwood demostró en La conquista del honor (2006).<br />

El director tenía la oportunidad de desenmascarar al héroe<br />

bélico y emprender entonces una crítica de las condiciones históricas<br />

y políticas que llevan a un hombre a transmutar en una<br />

máquina de asesinar. Prefirió el mito, desoír al propio Kyle en<br />

su biografía publicada y proseguir con la superstición invencible<br />

acerca de la dignidad de los héroes en el campo de batalla.<br />

En vez de detectar la aparición de la infamia como un fenómeno<br />

excepcional por el cual un sujeto encarna involuntariamente<br />

la maldad de un proceso social determinado, Eastwood se<br />

plegó como artista y empalideció bastante, no siendo en esta<br />

oportunidad más que un remedo de sí mismo. Por un instante,<br />

acaso, él también fue un hombre infame. ¿Cómo describir, si<br />

no, a quien dirige un film de reclutamiento?<br />

* CRÍTICO DE CINE de La voz del interior, Córdoba. Publicó El inconsciente de las<br />

películas, ed. Brujas. Programador del Festival de Cine de Hamburgo.<br />

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