Revista Quid 57
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de la composición”) según el cual el resultado final se habría obtenido a través de una serie de<br />
procesos lógicos y tan puramente racionales “como un teorema matemático”. Sin embargo,<br />
sabemos hoy que el poema atravesó infinitas etapas de retoque (los “ajustes” de toda obra de<br />
Edgar se multiplicaban en cada nueva edición) y que el autor lo leyó a varios amigos, pidiendo<br />
sus opiniones. En rigor, esta versión de los hechos no se contrapone fundamentalmente con<br />
la ofrecida por Poe, pero resulta interesante examinar las diferencias que ofrece con respecto<br />
a la mayoría de las leyendas que, en torno a la creación de sus obras, los poetas románticos de<br />
la época se apresuraban a poner a disposición del público. Donde ellos hablan de una fuerza<br />
arrolladora y ciega que baja de los cielos como una inspiración divina, Poe exagera el aspecto<br />
“matemático” del asunto al punto de terminar resultando tan sospechoso como los otros (aunque<br />
en un sentido inverso).<br />
En verdad, Poe se limita aquí a disfrazar bajo la forma de ensayo a una línea dialéctica presente<br />
en mucha de su obra, a la que podríamos reducir a la fórmula de “la lógica racional versus<br />
el terror de lo inconmensurable”. El narrador de “El pozo y el péndulo”, que, en medio del<br />
horror de las sucesivas torturas a las que es sometido, tiene el suficiente sentido lógico como<br />
para medir con exactitud el diámetro de su calabozo, se parece demasiado al marino de “Un<br />
descenso al Maelström” quien, siendo arrastrado a las profundidades por un tifón monumental,<br />
comienza un soliloquio sobre las propiedades de los distintos cuerpos geométricos.<br />
Para el escritor argentino Héctor Murena, Poe es el primero que cifra metafóricamente<br />
una obsesión constitutiva de la temprana América: la idea de precariedad, de despojamiento<br />
y abandono que el alma europea experimenta a través del nuevo hombre, americano en los<br />
hechos, pero espiritualmente europeo en lo sustancial. Esta secesión anímica es metaforizada<br />
por Poe en cuanto a su relación con lo abierto, los amplios espacios que se presentan al joven<br />
americano que se siente un exilado forzoso en una América donde todo es amplitud, espacio<br />
y abismo. Murena habla de “relación abisal con el entorno geográfico”, de “horror al vacío<br />
como eje de un mundo ficcional”, pero lo cierto es que la fauna del escritor está compuesta en<br />
alto grado por la especie de los “mensuradores”: criaturas ocupadas en otorgar una dimensión<br />
calculable (en metros, yardas o libras) a los terrores infinitos que provienen del alma. El escritor<br />
ruso Fedor Dostoievski veía a Poe como una encarnación de la vocación materialista<br />
estadounidense (la idea de lo plausible o lo verosímil incrustado en el corazón de una narración<br />
fantástica), sin dejar de notar que el intento de medir lo infinito era una tarea condenada al<br />
fracaso. El protagonista de “El corazón delator” planea un crimen, lógico en todos sus detalles,<br />
que en nada se diferencia a los miles de crímenes perfectos que luego serían planeados por la<br />
novela policial. El problema es que el motivo para ejecutarlo es el intenso disgusto que siente<br />
por uno de los ojos de su víctima.<br />
Este extraño contraste entre elementos macabros y pueriles (y aun humorísticos) no siempre<br />
sería bien recibido o incluso comprendido por la crítica posterior, que lo achacaría, acaso no<br />
del todo incorrectamente, a los baches que poseía la educación del escritor o su necesidad<br />
imperiosa de ganarse la vida. Para Robert L. Stevenson, Poe “a veces, adopta una aguda voz<br />
de falsete; otras, por obra de algo semejante a un truco de magia, deriva de su historia más de<br />
Escena de La caja oblonga o<br />
El ataúd, como se tradujo en algunos<br />
países (Gordon Hessler, 1969).<br />
Protagonizada por Vincent Price<br />
(en el papel de Edward) y<br />
Christopher Lee (Markham).