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Revista Quid 57

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Rimbaud, de Mark Jackson (2013)<br />

El tema es el “malditismo”. La cuestión se desató, aparentemente,<br />

o al menos cobró relieve público, a partir de la<br />

publicación en 1884 de Les Poètes maudits de Sáftsàck, de<br />

Paul Verlaine (luego ampliada y definida cuatro años<br />

más tarde). Ya se sabe, la escandalosa conexión de Verlaine<br />

con el niño-prodigio-maldito de Arthur Rimbaud acabó<br />

con cárcel para uno y huida para el otro. Luego se comenzó<br />

a utilizar el término para caracterizar a aquellos artistas<br />

cuyo genio los condenó de diversas formas también a una<br />

suerte de maldición, aislándolos debido a ese aire particular<br />

y llevándolos a asumir cierto hermetismo. También fueron<br />

retratados como desiguales respecto a la sociedad, lo cual<br />

los condujo a vidas trágicas y entregadas con frecuencia a<br />

tendencias autodestructivas. El concepto de Verlaine del<br />

poeta maldito fue en parte tomado del poema de Charles<br />

Baudelaire llamado Bendición (precisamente), que abre<br />

su libro Las flores del mal y supuso que de pronto, sopló un<br />

aire helado que potenciaba la sensibilidad de ciertos creadores<br />

hasta dotarlos de esa terrible máscara que los hacía<br />

inasibles a cualquier comprensión. Se trataba de gente de<br />

una inteligencia superior, mentes creativas, que caían sumidos<br />

en los alientos demoníacos de una enfermedad incomprensible.<br />

No podía ser cierto: algún agente peligroso debía<br />

intervenir en esos aquelarres monstruosos.<br />

Encontrar un presunto culpable no resultó difícil. A fin de<br />

cuentas, ella se paseaba a sus anchas sobre cuerpo y espíritu<br />

de sus víctimas. Era verde, líquida, y respondía al curioso<br />

alias de Fée Verte (Hada Verde). Su verdadero nombre era<br />

Absynthe y sus cabellos dejaban el letal veneno en todos<br />

los poetas infectados. Malditos. Aunque muy pronto se<br />

descubrió que no, que si bien el ajenjo era el convidado<br />

favorito de los festines y por las venas de sus frecuentadores<br />

corría, antes que sangre, esencia de la Artemisia absinthium<br />

a 82 grados de alcohol, no todo podía ser explicado por su<br />

poder. Ya siglos antes, gente como François Villon o el<br />

divino Marqués de Sade fueron retratados como malditos<br />

sin haber probado el ponzoñoso trago. En consecuencia,<br />

algo debía ocurrir más allá de su poder: el Mal que seguía<br />

a determinados seres no era producto de ningún paraíso<br />

artificial, por mucho que estos pudieran interferir. Tampoco<br />

propiedad exclusiva de poetas ni franceses (aunque ya se<br />

sabe, ciertas almas débiles…).<br />

En la búsqueda del origen del mal, las antiguas historias<br />

narran en primer lugar el nacimiento de la libertad, el despertar<br />

de la conciencia, y con ella la experiencia del tiempo.<br />

Narran en segundo lugar los embrollos dramáticos que surgen<br />

por el hecho de existir diferencias entre los hombres,<br />

por el hecho de que estos se hacen conscientes de ellas,<br />

que en adelante quieren esas diferencias y aspiran a que se<br />

difundan activa y agresivamente. La esperanza de una unidad<br />

restablecida acompaña a la lucha –no pocas veces con<br />

verdadera saña– por la diferencia. Sólo Dios en su trono se<br />

ubica por encima de todas las diferencias y oposiciones. Ya<br />

en la historia fratricida de Caín, este Dios demuestra que<br />

sabe hacer y reconocer diferencias. Si la historia del pecado<br />

original relata el origen del conocimiento y la conciencia<br />

del tiempo, la historia de Caín narra el nacimiento de la<br />

voluntad en oposición a la diferencia. Adán despertó al<br />

conocimiento, mientras que en su hijo Caín se despierta la<br />

voluntad de distinguirse. Dios maldice a Caín, que andará<br />

“errante y fugitivo en la tierra”, pero a la vez lo protege: “El<br />

que matare a Caín sufrirá una venganza siete veces peor”.<br />

De modo tal que Caín, el primer maldito de la historia,<br />

encarna la lección de Dios: según la interpretación de Hobbes,<br />

el hombre sólo puede sobrevivir si no escapa a la disciplina.<br />

Si no se distingue.<br />

Alejandro Magno llegó a Atenas. Sabía que Diógenes,<br />

el filósofo-perro, estaba en su lugar de costumbre, al<br />

lado de su barril. El emperador se sentía incómodo ante<br />

la vida miserable de ese hombre al que consideraba sabio,<br />

de modo que intentó ayudarlo. Encontró a Diógenes casi<br />

desnudo tomando sol, cercado por los cachorros de siempre<br />

y en una situación nítida de indigencia. Entonces el rey le<br />

dijo al filósofo cínico: “Pida lo que quiera y yo se lo daré,<br />

sabe que soy Alejandro, el rey de todo el Imperio greco-macedonio”.<br />

Diógenes permaneció inmóvil, sentado junto a su<br />

barril, y sólo atinó a desviarse de la sombra del emperador.<br />

Se movió hacia la izquierda y la derecha, moviendo su larga<br />

barba blanca, pero todo parecía inútil. Entonces habló, y<br />

dijo: “Lo único que deseo en este momento es que se mueva,<br />

pues se interpone entre los rayos solares y yo, estorbando<br />

mi baño de sol”.<br />

Este episodio, verídico o no, explica la forma en que el<br />

cinismo se ejercía como filosofía. Esta escuela apunta al<br />

perro abandonado como un habitante más de la ciudad, al<br />

igual que el hombre, pero sin la necesidad de considerar<br />

las convenciones sociales. Ese desprecio por la regla, por lo<br />

público, marca un abandono de lo banal y, en consecuencia,<br />

marca la transgresión interpretada como signo maldito.<br />

Para Alejandro ayudar a un filósofo era un hecho trivial,<br />

pero Diógenes no pidió ayuda alguna. Apenas si expresó, a<br />

través de su modesta exigencia, que el poder no podría y no<br />

debería retirar al filósofo de su relación con lo divino, una<br />

relación natural, no posible de ser nublada por la institución<br />

llamada gobierno o la propia figura de un emperador. Lo<br />

que Diógenes dijo, invocando al sol de su lado, fue un acto<br />

subversivo y pudo haberle costado la cabeza de no haber<br />

sido Alejandro el emperador. Pero la diferencia ya estaba en<br />

su naturaleza.<br />

Un hombre flaco, de extensas pilosidades y ojos de carbón,<br />

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