asesinos del mismo estilo, fue querido por sus padres y no sufrió maltratos de pequeño. Pero a los 10 años ya se empezaba a notar que algo no andaba bien en su cabeza, se dedicaba a torturar y matar animales para luego coleccionar sus huesos. Era alcohólico, después de matar a sus víctimas se masturbaba sobre sus cuerpos, luego tomaba fotografías de cada etapa del desmembramiento y, al igual que Bundy, guardaba partes como trofeos, la mayoría eran cabezas. Al momento de su detención encontraron tres de ellas en la heladera de su casa. Dahmer fue llevado a prisión y sentenciado a quince cadenas perpetuas consecutivas. Finalmente, murió en la cárcel, en una pelea entre reos. Manuel Blanco Romasanta fue un asesino del siglo XIX. Su caso es uno de los más estudiados de la criminología española, ya que se creía que era un licántropo. Sí, un hombre lobo. Incluso los documentos clínicos alegaban que tenía “licantropía clínica”, en referencia a una enfermedad mental. Mató a más de trece personas utilizando sus manos y dientes. Durante el juicio, conocido como “la causa contra el hombre lobo”, afirmó que era víctima de un maleficio. “La primera vez que me transformé fue en la montaña de Couso. Me encontré con dos lobos grandes con aspecto feroz. De pronto, me caí al suelo, comencé a sentir convulsiones, me revolqué tres veces sin control y a los pocos segundos yo mismo era un lobo. Estuve cinco días merodeando con los otros dos, hasta que volví a recuperar mi cuerpo. El que usted ve ahora, señor juez. Los otros dos lobos venían conmigo, que yo creía que también eran lobos, pero se cambiaron a forma humana. Eran dos valencianos. Uno se llamaba Antonio y el otro don Genaro. Y también sufrían una maldición como la mía. Durante mucho tiempo salí como lobo con Antonio y don Genaro. Atacamos y nos comimos a varias personas porque teníamos hambre”, contó Romasanta al juez. Peter Kürten era conocido como “el vampiro de Düsseldorf”. En Alemania asesinó a nueve personas, y tuvo otros siete intentos frustrados. Además, agredió sexualmente a casi ochenta personas. Violaba, apuñalaba y degollaba con el fin de beberse la sangre de sus víctimas. Fue condenado a la guillotina en 1931. Pero no todos los asesinos en serie que quedaron en la historia fueron hombres. Aileen Wournos, cuya vida es conocida por la película Monster que le valió el Oscar a Charlize Theron, era una prostituta que asesinó al menos a siete hombres entre 1989 y 1990. A Isabel Báthory, una de las aristócratas húngaras más importantes del siglo XVI, se la apodaba “la condesa sangrienta”. Tiene el Récord Guinness como la mujer que a más personas mató en la historia de la humanidad: seicientas treinta. Ella creía que debía bañarse y beber la sangre de sus doncellas vírgenes para no envejecer, estaba obsesionada con la belleza eterna. Mataba a sus víctimas en su castillo, pero antes las dejaba agonizando, desangrándose, hasta que obtenía cada gota de su sangre. Las autoridades encontraron más de cincuenta cadáveres enterrados debajo de la mansión, y otra gran cantidad en el exterior tapados con aserrín. El olor era nauseabundo. Pero esto no es algo ajeno al ámbito local, donde también existieron y existen asesinos de temer. Cayetano Santos Godino, conocido como “El Petiso Orejudo”, aterrorizó a la población con sus crímenes. Comenzó a mostrar los primeros signos de extrema violencia a los 8 años golpeando a tres de sus compañeros con piedras e hiriéndolos gravemente. A ellos no llegó a matarlos, pero a Arturo Laurora, a Reina Bonita Vainicoff y a Jesualdo Giordano, sí. El primero tenía 13 años, lo encontraron muerto a golpes y estrangulado en una casa vacía, en enero de 1912. Dos meses después, prendió fuego a la niña de 5 años, que murió debido a las quemaduras. Jesualdo tenía 4, lo encontraron en un baldío, estrangulado con un piolín y con un clavo en la sien. El Petiso Orejudo fue procesado por los asesinatos a la edad de 15 años. Se lo acusó además de siete tentativas de homicidios frustrados y siete incendios intencionales. Fue trasladado a la cárcel del Fin del Mundo, en Ushuaia, donde murió. El de Yiya Murano es un caso emblemático, una señora que se hacía pasar por instruida y acaudalada, cuando no era ninguna de las dos cosas, que mató a tres de sus amigas para quedarse con su dinero, envenenándolas con petits fours a los que les agregó cianuro. A pesar de que ella aún hoy asegura que es inocente, pasó dieciséis años en la cárcel. Yiya llegó a sentarse a la mesa de Mirtha Legrand, y se atrevió a convidar a la diva con unas masitas que, si bien tardó en probar, finalmente lo hizo. Y salió ilesa. En 1992 una espeluznante noticia estremecía al país. Un odontólogo de La Plata había asesinado a sus dos hijas, a su esposa y a su suegra. Ricardo Barreda se despertó y le dijo a su mujer que iba a limpiar las telarañas del techo. “Andá a limpiar, que los trabajos de conchita son los que mejor hacés”, le respondió ella. Esto desató la furia del dentista, quien encontró la escopeta que su suegra le había traído de Europa, la cargó y mató una a una a todas las mujeres de la casa. Después se fue al zoológico y pasó la tarde en un hotel con su amante. Más tarde confesaría haber sido el autor de los crímenes y sería condenado a prisión perpetua, aunque tiempo después le otorgaron la libertad condicional. Claro que los asesinos argentinos y de otras nacionalidades no empiezan ni terminan en esta corta enumeración. La lista de los demasiado malos es larga y se continuará extendiendo. Lo mejor será no toparse nunca con ninguno de ellos 21
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