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Revista Quid 57

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Federico Moura, líder de Virus<br />

Música<br />

alternativa<br />

Lo que queda<br />

DEL DÍA<br />

La placa Rock Nacional 80-90 (Sony Music)<br />

rescata algunos de los sonidos más estridentes y<br />

vasodilatadores de una época confusa,<br />

donde la euforia disimulaba duelos góticos<br />

de criaturas trágicas<br />

POR Sergio Varela<br />

Hubo un tiempo que no fue hermoso. En el que los vampiros<br />

vivían en Avellaneda o Belgrano, pisaban la madrugada por<br />

Avenida Corrientes y llamaban “atardecer” a la salida del sol.<br />

Los góticos que “usaban sobretodo negro hasta en noviembre<br />

para parecerse a los ángeles de Wenders” podían ser perfectamente<br />

confundidos con las atormentadas criaturas de un relato<br />

de terror. De hecho, a su manera lo eran, pero en la vida real.<br />

Herederos de la cultura del ajenjo parisino o de la euforia del<br />

charleston alcoholizado de Scott Fitzgerald, distorsionaban<br />

sus sentidos con sustancias de todo grupo y factor, y la fiesta y<br />

el descontrol eran su rutina. En ese período conocido vagamente<br />

como “los 80” (aunque designe una década, el movimiento<br />

cultural se expresó en todo su potencial desde 1987), las 5W del<br />

periodismo (“qué, quién, cómo, dónde, cuándo”) tenían a cada<br />

despertar entre cefaleas un jocoso correlato desorbitado (“dónde<br />

estoy”, “qué pasó”, “qué tomé”, “vos quién sos”).<br />

Había un sentido bastante lógico de desahogo en aquellos excesos<br />

trasnochados. Después de la larga noche de la dictadura militar,<br />

incluida una guerra filicida contra una potencia de la OTAN,<br />

los sobrevivientes se bebían la vida de un sorbo, con un impetuoso<br />

espíritu punk de ausencia de cálculo a futuro, como en una<br />

violenta “vuelta olímpica” de egresados del colegio nacional.<br />

Esa época tuvo sus héroes y sus mitos. Fue un tiempo de malditos,<br />

en tanto trágicas criaturas que acarreaban –ajenos a toda<br />

voluntad– la maldición de haber nacido en un momento histórico<br />

de lo más ominoso e ineludible en sus garras caprichosas, que<br />

transformaban a sus víctimas en aleatorios juguetes del destino.<br />

Esa época tuvo su moda, difundida por el mundo en los diseños<br />

de Dianne Westwood, la verdadera creadora del punk, que<br />

primero fue hábito y después sonido. Tuvo su estética expresionista<br />

impresa en blanco y negro por los ángeles de Wim Wenders<br />

en El cielo sobre Berlín, hasta convencer al más escéptico<br />

de que “la realidad es en colores, pero el blanco y negro es más<br />

realista”. Y tuvo su correlato local, sobre todo en el teatro de<br />

vanguardia y la música.<br />

Rock Nacional 80-90 es una placa que recopila algunos de los<br />

fragmentos más inspirados del sonido de la furia y el alivio de<br />

aquellos tiempos de euforia y surrealismo. Allí están desde Virus,<br />

un grupo emblemático de la androginia glam cuyo nombre<br />

refería a la maldición del HIV recién descubierto, con su “Amor<br />

descartable”, hasta la testosterona barrial de Adrián Otero<br />

cantando con una galantería renacentista a la “flor más bella” de<br />

la mujer como objeto de culto (con perdón por lo de “objeto”).<br />

Ecos de una noche de euforia y lujuria, de distorsión que enfocaba<br />

la realidad más cruda. Como ese “Spaghetti del rock” de los<br />

Divididos, emergentes a su vez del legendario Sumo, ese hito liderado<br />

por Luca Prodan y su repulsión a “Los viejos vinagres”.<br />

También está el “Rock del gato”, de Los Ratones Paranoicos, ese<br />

ritual sensual y festivo, más cercano a<br />

los 90, como quien festeja con tono<br />

merecidamente erótico haber sobrevivido<br />

también a la noche maldita de la<br />

fiesta de los vampiros con algo de sangre<br />

en el gin-tonic.<br />

Un disco monumental y documental,<br />

para escuchar con el alma y la piel<br />

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