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Revista Quid 57

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de talleres para desempleados y hogares<br />

para los más pobres, el reconocimiento<br />

de los niños extramatrimoniales y hasta<br />

la instauración del divorcio. Sin embargo,<br />

era una mujer en el siglo XVIII que<br />

luchaba por la igualdad entre el hombre<br />

y la mujer y, encima, no deseaba casarse<br />

por lo que, incluso antes de ser ejecutada<br />

durante la etapa más radical de la Revolución<br />

Francesa, fue acusada de apenas<br />

saber leer y escribir sospechándose de la<br />

autoría de sus obras y hasta de sus facultades<br />

mentales.<br />

Aunque no son la norma, estos malditos<br />

sí parecen ser excepciones bastante<br />

usuales en el mundo de la política donde,<br />

justamente por su condición de malditos,<br />

han sido condenados muchas veces al<br />

olvido. De hecho, hasta no hace mucho<br />

tiempo (y todavía en parte) ese ha sido<br />

el destino de muchas mujeres que, a lo<br />

sumo, pasaron a la historia como la “gran<br />

mujer detrás del gran hombre”. Una de<br />

ellas fue Marta Skavronska, más conocida<br />

como Catalina I de Rusia. Hija<br />

de campesinos muy humildes, quedó<br />

huérfana de pequeña y prácticamente<br />

no recibió educación formal. Se casó<br />

muy joven con un oficial sueco que se<br />

ofreció como traductor al servicio de un<br />

mariscal ruso cuando la ciudad en que<br />

vivían fue conquistada por las tropas. Ya<br />

en Rusia, Marta se convirtió en la criada,<br />

y luego amante, del príncipe Aleksandr<br />

Ménshikov, primer gobernador de San<br />

Petersburgo, gracias a lo cual conoció al<br />

mismísimo Pedro el Grande, quien<br />

se enamoró perdidamente de ella mandando<br />

a su esposa a vivir a un convento<br />

y casándose en secreto luego de que<br />

Marta adoptara la fe ortodoxa y el nombre<br />

de Catalina. Aunque fue la primera<br />

mujer en gobernar Rusia, ya que Pedro<br />

el Grande la nombró emperatriz en agradecimiento<br />

a su iniciativa de vender sus<br />

joyas para salvar su vida y las de su ejército<br />

en Turquía, cumplió un rol clave en<br />

la reforma que permitió que los plebeyos<br />

pudieran alcanzar el rango de oficiales de<br />

la milicia y redujo los gastos del ejército<br />

con el fin de alivianar la carga impositiva<br />

del campesinado, durante mucho tiempo<br />

se la nombró peyorativamente “La Lavandera”<br />

y se le negó el merecido reconocimiento.<br />

Esto también sucedió con varias figuras<br />

políticas femeninas por estas latitudes. Si<br />

pensamos en las luchas independentistas,<br />

por ejemplo, las únicas mujeres cuya<br />

participación, hasta hace algunos años<br />

reconocida, eran aquellas que lo habían<br />

hecho desde el rol asignado a la mujer en<br />

un salón de sociedad y junto a un “gran<br />

hombre” con el que se encontraban<br />

unidas legalmente. No obstante, esta no<br />

fue la suerte de las malditas. Pensemos<br />

en la recientemente reivindicada Juana<br />

Azurduy. Luchadora clave en las batallas<br />

de la independencia recibió por<br />

su papel protagónico en el primer grito<br />

revolucionario en el alto Perú, por haber<br />

arrebatado un estandarte español, organizando<br />

el “Batallón Leales” en la Batalla<br />

de Ayohúma, liderando importantes<br />

acciones guerrilleras contra los realistas<br />

y logrando el triunfo en el Combate del<br />

Villar, el rango de Teniente Coronel de<br />

las Provincias Unidas del Río de la Plata<br />

y, de sus propias manos, el sable de Manuel<br />

Belgrano. Sin embargo, se vio<br />

luego reducida a la pobreza e impedida<br />

de participar en la Asamblea Deliberante<br />

en que se firmó la independencia<br />

de Bolivia por su condición de mujer, ni<br />

siquiera logrando que el gobierno recién<br />

establecido le devolviera sus bienes confiscados<br />

durante las luchas independentistas.<br />

Además, si bien Antonio José de<br />

Sucre le otorgó durante su presidencia<br />

una pensión vitalicia, la misma le fue<br />

retirada años después por lo que murió<br />

en la indigencia y fue enterrada en una<br />

fosa común.<br />

Otra de estas malditas fue Manuela<br />

Sáenz Aizpuru. Como era hija de una<br />

relación extramatrimonial de su padre y<br />

su madre murió en el parto fue educada<br />

en un convento del que escapó a los 17<br />

años luego, según rumores historiográficos,<br />

de haber sido seducida y abandonada<br />

por un oficial del Ejército Real. Dos años<br />

después, previo arreglo de su padre, se<br />

casó con un médico inglés mudándose a<br />

Lima donde se involucró con los rebeldes<br />

limeños. Tiempo después, regresó a<br />

Quito donde continuó militando para la<br />

causa independentista, participando en<br />

los entrenamientos militares, auxiliando<br />

logísticamente a las tropas, siendo espía<br />

y correo de los insurgentes y participado<br />

en la campaña de Junín y en la batalla<br />

de Ayacucho. Allí conoció a Simón Bolívar<br />

y por su iniciativa se integró al<br />

Estado Mayor General, continuando su<br />

entrenamiento militar y convirtiéndose<br />

en Coronela. Fue apresada en Lima pero<br />

luego de lograr su libertad regresó a Bogotá<br />

y continuó en la lucha como oficial<br />

del Partido Bolivariano. No obstante, tras<br />

el fallecimiento de Bolívar, Manuelita<br />

fue expulsada del país y cuando intentó<br />

regresar a Ecuador el presidente Vicente<br />

Rocafuerte le prohibió la entrada<br />

alegando su “carácter, talentos, vicios,<br />

ambición y prostitución” viéndose obligada<br />

a exiliarse en Perú, donde se dedicó<br />

a la venta de tabaco, a traducir y escribir<br />

cartas y a hacer bordados y dulces por<br />

encargo. Allí falleció durante una epidemia<br />

de difteria y fue sepultada en una<br />

fosa común. Si bien hoy se la recuerda<br />

como la “Libertadora de El Libertador”<br />

y se reconoce que, entre otras cosas, le<br />

salvó la vida en al menos tres oportunidades,<br />

fue durante mucho tiempo dejada<br />

de lado por el relato oficial ya que, como<br />

afirma la historiadora Inés Quintero,<br />

no resultaba ejemplarizante ni acorde<br />

con la visión impoluta de los héroes<br />

que se quería instaurar que Bolívar, la<br />

máxima figura de la Independencia, “se<br />

hubiese liado con una mujer cuyo comportamiento<br />

era considerado irregular”.<br />

Y la lista podría seguir por páginas con<br />

casos como el de la mariscala Francisca<br />

de Zubiaga de Gamarra, que luchó en<br />

los campos de batalla en la etapa independentista<br />

y, tras la independencia del<br />

Perú, ejerció el poder político junto con<br />

su marido Agustín Gamarra, pero a la<br />

que su aguerrido carácter y fuerte personalidad<br />

le granjearon el repudio de la<br />

sociedad peruana, el destierro y el exilio<br />

muriendo en el anonimato. O el de María<br />

Remedios del Valle, una de las<br />

“niñas de Ayohúma” cuya actuación durante<br />

las Invasiones Inglesas y como auxiliar<br />

combatiendo al Ejército del Norte<br />

le valieron el reconocimiento de Manuel<br />

Belgrano como “capitana” y “Madre de la<br />

Patria” pero que, siendo negra, mujer y<br />

pobre terminó sus días como mendiga en<br />

las calles de Buenos Aires<br />

* Licenciada en Ciencia Política, UBA.<br />

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