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—Y si á su vez vosotros me preguntaseis, por qué retuerzo<br />
la cuestión de tantas maneras, yo os diría: amigos<br />
mios, perdonadme estos rodeos, porque, en primer lugar,<br />
no es fácil demostraros lo que es eso que llamáis «ser vencido<br />
por los placeres») y. en segundo lugar, porque de esto<br />
depende toda mi demostración. Pero aún tenéis tiempo<br />
para declararnos, si creéis que el bien es una cosa<br />
distinta del placer, y el mal una cosa distinta del dolor.<br />
Decidme, ¿no estaríais muy contentos si pasarais<br />
vuestra vida en el placer y sin disgustos? Si estuvieseis<br />
contentos y creyeseis que el bien y el mal no son otra cosa<br />
que lo que os acabo de decir, escuchad las consecuencias<br />
que de esto se siguen. Sentado esto, sostengo que no hay<br />
cosa más ridicula que decir, como vosotros hacéis, que un<br />
hombre, conociendo el mal como mal y estando en su voluntad<br />
no entregarse á él, se entregue sin embargo, porque<br />
se ve arrastrado por las pasiones; y que un hombre, conociendo<br />
el bien, rehuse practicarlo á causa de algún placer<br />
presente que le aleje de él. Este ridículo que yo encuentro<br />
en estas dos proposiciones, os aparecerá con toda<br />
evidencia, si no nos servimos de muchos nombres, tales<br />
como «lo agradable, lo desagradable, el bien, el mal. »<br />
Puesto que no hablamos más que de dos cosas, nos serviremos<br />
sólo de dos nombres; primero las llamaremos