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Patriarcas y Profetas por Elena White

Desde los tiempos prehistóricos, traza Patriarcas y Profetas el conflicto entre el bien y el mal y su alcance universal. Este libro responde de manera sucinta a las preguntas hirvientes sobre el amor, la naturaleza humana, maldiciones generacionales, bendiciones generacionales y el trayecto de la vida. Llevando al lector detrás de la cortina para penetrar los misterios del pasado que prefigura el futuro, el libro investiga a fondo los caracteres de los hombres y las mujeres nacidos en circunstancias sombrías y probados en crisoles de arduas a través del cual se revelan defectos trágicos y virtudes dignas. Repetidas veces, ha configurado la intervención sobrenatural de forma dinámica sus cursos, mientras que sus opciones, para mejor o para peor, hacen una huella imborrable en su descendencia y sus sociedades. Se distingue a las personas a la espera de una esperanza futura tenazmente abrazando las promesas de cambio de vida ...

Desde los tiempos prehistóricos, traza Patriarcas y Profetas el conflicto entre el bien y el mal y su alcance universal. Este libro responde de manera sucinta a las preguntas hirvientes sobre el amor, la naturaleza humana, maldiciones generacionales, bendiciones generacionales y el trayecto de la vida. Llevando al lector detrás de la cortina para penetrar los misterios del pasado que prefigura el futuro, el libro investiga a fondo los caracteres de los hombres y las mujeres nacidos en circunstancias sombrías y probados en crisoles de arduas a través del cual se revelan defectos trágicos y virtudes dignas. Repetidas veces, ha configurado la intervención sobrenatural de forma dinámica sus cursos, mientras que sus opciones, para mejor o para peor, hacen una huella imborrable en su descendencia y sus sociedades. Se distingue a las personas a la espera de una esperanza futura tenazmente abrazando las promesas de cambio de vida ...

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CAPÍTULO 16. Jacob y Esaú<br />

JACOB y Esaú, los hijos gemelos de Isaac, presentan un contraste sorprendente tanto en su<br />

vida como en su carácter. Esta desigualdad fue predicha <strong>por</strong> el ángel de Dios antes de que nacieran.<br />

Cuando él contestó la oración de Rebeca, le anunció que tendría dos hijos y le reveló su historia<br />

futura, diciéndole que cada uno sería jefe de una nación poderosa, pero que uno de ellos sería más<br />

grande que el otro, y que el menor tendría la preeminencia. Esaú se crió deleitándose en la<br />

complacencia propia y concentrando todo su interés en lo presente. Contrario a toda restricción, se<br />

deleitaba en la libertad montaraz de la caza, y desde joven eligió la vida de cazador. Sin embargo,<br />

era el hijo favorito de su padre. El pastor tranquilo y pacífico se sintió atraído <strong>por</strong> la osadía y la<br />

fuerza de su hijo mayor, que corría sin temor <strong>por</strong> montes y desiertos, y volvía con caza para su<br />

padre y con relatos palpitantes de su vida aventurera. Jacob, reflexivo, aplicado y cuidadoso,<br />

pensando siempre más en el <strong>por</strong>venir que en el presente, se conformaba con vivir en casa, ocupado<br />

en cuidar los rebaños y en labrar la tierra. Su perseverancia paciente, su economía y su previsión<br />

eran apreciadas <strong>por</strong> su madre. Sus afectos eran profundos y fuertes, y sus gentiles e infatigables<br />

atenciones contribuían mucho más a su felicidad que la amabilidad bulliciosa y ocasional de Esaú.<br />

Para Rebeca, Jacob era el hijo predilecto. Las promesas hechas a Abrahán y confirmadas a su hijo<br />

eran miradas <strong>por</strong> Isaac y Rebeca como la meta suprema de sus deseos y esperanzas.<br />

Esaú y Jacob conocían estas promesas, Se les había enseñado a considerar la primogenitura<br />

como asunto de gran im<strong>por</strong>tancia, <strong>por</strong>que no sólo abarcaba la herencia de las riquezas terrenales,<br />

sino también la preeminencia espiritual. El que la recibía debía ser el sacerdote de la familia; y de<br />

su linaje descendería el Redentor del mundo.<br />

En cambio, también pesaban responsabilidades sobre el poseedor de la primogenitura. El<br />

que heredaba sus bendiciones debía dedicar su vida al servicio de Dios. Como Abrahán, debía<br />

obedecer los requerimientos divinos. En el casamiento, en las relaciones de familia y en la vida<br />

pública, debía consultar la voluntad de Dios. Isaac presentó a sus hijos estos privilegios y<br />

condiciones, y les indicó claramente que Esaú, <strong>por</strong> ser el mayor, tenía derecho a la primogenitura.<br />

Pero Esaú no amaba la devoción, ni tenía inclinación hacia la vida religiosa. Las exigencias que<br />

acompañaban a la primogenitura espiritual eran para él una restricción desagradable y hasta odiosa.<br />

La ley de Dios, condición del pacto divino con Abrahán, era considerada <strong>por</strong> Esaú como un yugo<br />

servil. Inclinado a la complacencia propia, nada deseaba tanto como la libertad para hacer su gusto.<br />

Para él, el poder y la riqueza, los festines y el alboroto, constituían la felicidad. Se jactaba de la<br />

libertad ilimitada de su vida indómita y errante. Rebeca recordaba las palabras del ángel, y, con<br />

percepción más clara que la de su esposo, comprendía el carácter de sus hijos.<br />

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