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Patriarcas y Profetas por Elena White

Desde los tiempos prehistóricos, traza Patriarcas y Profetas el conflicto entre el bien y el mal y su alcance universal. Este libro responde de manera sucinta a las preguntas hirvientes sobre el amor, la naturaleza humana, maldiciones generacionales, bendiciones generacionales y el trayecto de la vida. Llevando al lector detrás de la cortina para penetrar los misterios del pasado que prefigura el futuro, el libro investiga a fondo los caracteres de los hombres y las mujeres nacidos en circunstancias sombrías y probados en crisoles de arduas a través del cual se revelan defectos trágicos y virtudes dignas. Repetidas veces, ha configurado la intervención sobrenatural de forma dinámica sus cursos, mientras que sus opciones, para mejor o para peor, hacen una huella imborrable en su descendencia y sus sociedades. Se distingue a las personas a la espera de una esperanza futura tenazmente abrazando las promesas de cambio de vida ...

Desde los tiempos prehistóricos, traza Patriarcas y Profetas el conflicto entre el bien y el mal y su alcance universal. Este libro responde de manera sucinta a las preguntas hirvientes sobre el amor, la naturaleza humana, maldiciones generacionales, bendiciones generacionales y el trayecto de la vida. Llevando al lector detrás de la cortina para penetrar los misterios del pasado que prefigura el futuro, el libro investiga a fondo los caracteres de los hombres y las mujeres nacidos en circunstancias sombrías y probados en crisoles de arduas a través del cual se revelan defectos trágicos y virtudes dignas. Repetidas veces, ha configurado la intervención sobrenatural de forma dinámica sus cursos, mientras que sus opciones, para mejor o para peor, hacen una huella imborrable en su descendencia y sus sociedades. Se distingue a las personas a la espera de una esperanza futura tenazmente abrazando las promesas de cambio de vida ...

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y con mano fuerte. ¿Por qué -continuó- han de hablar los egipcios, diciendo: Para mal los sacó,<br />

para matarlos en los montes, y para raerlos de sobre la haz de, la tierra?"<br />

Durante los pocos meses transcurridos desde que Israel había salido de Egipto, los informes<br />

de su maravillosa liberación se habían difundido entre todas las naciones circunvecinas. Un gran<br />

temor y terribles presagios dominaban a los paganos. Todos estaban observando para ver qué haría<br />

el Dios de Israel <strong>por</strong> su pueblo. Si éste era destruido ahora, sus enemigos triunfarían, y Dios sería<br />

deshonrado. Los egipcios alegarían que sus acusaciones eran verdaderas, que Dios, en lugar de<br />

dirigir a su pueblo al desierto para que hiciera sacrificios, lo había llevado para sacrificarlo. No<br />

tendrían en cuenta los pecados de Israel; la destrucción del pueblo al cual Dios había honrado tan<br />

señaladamente cubriría de oprobio su nombre. ¡Cuan grande es la responsabilidad que descansa<br />

sobre aquellos a quienes Dios honró en gran manera para enaltecer su nombre en la tierra! ¡Con<br />

cuánto cuidado debieran evitar el pecado para no provocar los juicios de Dios y no hacer que su<br />

nombre sea calumniado <strong>por</strong> los impíos! Mientras Moisés intercedía <strong>por</strong> Israel, perdió su timidez,<br />

movido <strong>por</strong> el profundo interés y amor que sentía hacia aquellos en cuyo favor él había hecho tanto<br />

como instrumento en las manos de Dios. El Señor escuchó sus súplicas, y otorgó lo que pedía tan<br />

desinteresadamente.<br />

Examinó a su siervo; probó su fidelidad y su amor hacia aquel pueblo ingrato, inclinado a<br />

errar, y Moisés so<strong>por</strong>tó noblemente la prueba. Su interés <strong>por</strong> Israel no provenía de motivos<br />

egoístas. Apreciaba la prosperidad del pueblo escogido de Dios más que su honor personal, más<br />

que el privilegio de llegar a ser el padre de una nación poderosa. Dios se sintió complacido <strong>por</strong> la<br />

fidelidad de Moisés, <strong>por</strong> su sencillez de corazón y su integridad; y le dio, como a un fiel pastor, la<br />

gran misión de conducir a Israel a la tierra prometida. Cuando Moisés y Josué bajaron del monte,<br />

aquél con "las dos tablas del testimonio," oyeron los gritos de la multitud excitada, que<br />

evidentemente se hallaba en estado de alocada conmoción. Josué, como soldado, pensó primero<br />

que se trataba de un ataque de sus enemigos. "Alarido de pelea hay en el campo," dijo. Pero Moisés<br />

juzgó más acertadamente la naturaleza de la conmoción. No era ruido de combate, sino de festín.<br />

"No es eco de algazara de fuertes, ni eco de alaridos de flacos: algazara de cantar oigo yo." Al<br />

acercarse más al campamento, vieron al pueblo que gritaba y bailaba alrededor de su ídolo. Era<br />

una escena de libertinaje pagano, una imitación de las fiestas idólatras de Egipto; pero ¡cuán<br />

distinta era del solemne y reverente culto de Dios! Moisés quedó anonadado. Venía de la presencia<br />

de la gloria de Dios, y aunque se le había advertido lo que pasaba, no estaba preparado para aquella<br />

terrible muestra de la degradación de Israel. Su ira se encendió.<br />

Para demostrar cuánto aborrecía ese crimen, arrojó al suelo las tablas de piedra, que se<br />

quebraron a la vista del pueblo, dando a entender en esta forma que así como ellos habían roto su<br />

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