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Patriarcas y Profetas por Elena White

Desde los tiempos prehistóricos, traza Patriarcas y Profetas el conflicto entre el bien y el mal y su alcance universal. Este libro responde de manera sucinta a las preguntas hirvientes sobre el amor, la naturaleza humana, maldiciones generacionales, bendiciones generacionales y el trayecto de la vida. Llevando al lector detrás de la cortina para penetrar los misterios del pasado que prefigura el futuro, el libro investiga a fondo los caracteres de los hombres y las mujeres nacidos en circunstancias sombrías y probados en crisoles de arduas a través del cual se revelan defectos trágicos y virtudes dignas. Repetidas veces, ha configurado la intervención sobrenatural de forma dinámica sus cursos, mientras que sus opciones, para mejor o para peor, hacen una huella imborrable en su descendencia y sus sociedades. Se distingue a las personas a la espera de una esperanza futura tenazmente abrazando las promesas de cambio de vida ...

Desde los tiempos prehistóricos, traza Patriarcas y Profetas el conflicto entre el bien y el mal y su alcance universal. Este libro responde de manera sucinta a las preguntas hirvientes sobre el amor, la naturaleza humana, maldiciones generacionales, bendiciones generacionales y el trayecto de la vida. Llevando al lector detrás de la cortina para penetrar los misterios del pasado que prefigura el futuro, el libro investiga a fondo los caracteres de los hombres y las mujeres nacidos en circunstancias sombrías y probados en crisoles de arduas a través del cual se revelan defectos trágicos y virtudes dignas. Repetidas veces, ha configurado la intervención sobrenatural de forma dinámica sus cursos, mientras que sus opciones, para mejor o para peor, hacen una huella imborrable en su descendencia y sus sociedades. Se distingue a las personas a la espera de una esperanza futura tenazmente abrazando las promesas de cambio de vida ...

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CAPÍTULO 70. El Reinado de David<br />

TAN PRONTO como David se vio afianzado e trono e Israel, comenzó a buscar una<br />

localidad más apropiada para la capital de su reino. A unos treinta kilómetros de Hebrón, se escogió<br />

un sitio como la futura metrópoli de la nación. Antes que Josué condujera los ejércitos de Israel a<br />

través del Jordán, ese lugar se había llamado Salem. Cerca de allí Abrahán había probado su lealtad<br />

a Dios. Ochocientos años antes de la coronación de David, había vivido allí Melquisedec, sacerdote<br />

del Altísimo. Ocupaba este sitio una posición central y elevada en el país, protegida <strong>por</strong> un cerco<br />

de colinas. Como se hallaba en el límite entre Benjamín y Judá, estaba también muy próxima a<br />

Efraín, y las otras tribus tenían fácil acceso a él. Para conquistar esta localidad, los hebreos debían<br />

desalojar un remanente de los cananeos, que sostenía una posición fortificada en las montañas de<br />

Sión y Moria. Este fuerte se llamaba Jebus, y a sus habitantes se les conocía <strong>por</strong> el nombre de<br />

jebuseos. Durante varios siglos, se había considerado a Jebus como inexpugnable; pero fue sitiado<br />

y tomado <strong>por</strong> los hebreos bajo el mando de Joab, a quien, como premio <strong>por</strong> su valor, se le hizo<br />

comandante en jefe de los ejércitos de Israel. Jebus se convirtió en la capital nacional, y su nombre<br />

pagano fue cambiado al de Jerusalén.<br />

Entonces Hiram, rey de la rica ciudad de Tiro, situada en la costa del Mediterráneo, procuró<br />

hacer alianza con el rey de Israel, y prestó ayuda a David en la construcción de un palacio en<br />

Jerusalén. Envió de Tiro embajadores acompañados de arquitectos y trabajadores y de un gran<br />

cargamento de maderas costosas, cedros y otros materiales valiosos. El aumento del poderío de<br />

Israel debido a su unión bajo el gobierno de David, la adquisición de la fortaleza de Jebus, y la<br />

alianza con Hiram, rey de Tiro, provocaron la hostilidad de los filisteos, y nuevamente invadieron<br />

el país con un poderoso ejército, tomando posiciones en el valle de Rafaím, a poca distancia de la<br />

ciudad de Jerusalén. David y sus hombres de guerra se retiraron a la fortaleza de Sión, a esperar la<br />

dirección divina. "Entonces consultó David a Jehová, diciendo: ¿Iré contra los Filisteos? ¿los<br />

entregarás en mis manos? Y Jehová respondió a David: Ve, <strong>por</strong>que ciertamente entregaré los<br />

Filisteos en tus manos." (2 Sam. 5: 17-25)<br />

David avanzó inmediatamente contra el enemigo, lo venció y destruyó, y le quitó los dioses<br />

que había llevado al campo de batalla para asegurar su victoria. Exasperados <strong>por</strong> la humillación<br />

de su derrota, los filisteos reunieron una fuerza aún mayor, y volvieron al conflicto. Y otra vez<br />

"extendiéronse <strong>por</strong> el valle de Raphaim." Nuevamente David buscó al Señor, y el gran YO SOY<br />

asumió la dirección de los ejércitos de Israel. Dios le dio instrucciones a David, diciéndole: "No<br />

subas; mas rodéalos, y vendrás a ellos <strong>por</strong> delante de los morales: y cuando oyeras un estruendo<br />

que irá <strong>por</strong> las copas de los morales, entonces te moverás; <strong>por</strong>que Jehová saldrá delante de ti a<br />

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