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Patriarcas y Profetas por Elena White

Desde los tiempos prehistóricos, traza Patriarcas y Profetas el conflicto entre el bien y el mal y su alcance universal. Este libro responde de manera sucinta a las preguntas hirvientes sobre el amor, la naturaleza humana, maldiciones generacionales, bendiciones generacionales y el trayecto de la vida. Llevando al lector detrás de la cortina para penetrar los misterios del pasado que prefigura el futuro, el libro investiga a fondo los caracteres de los hombres y las mujeres nacidos en circunstancias sombrías y probados en crisoles de arduas a través del cual se revelan defectos trágicos y virtudes dignas. Repetidas veces, ha configurado la intervención sobrenatural de forma dinámica sus cursos, mientras que sus opciones, para mejor o para peor, hacen una huella imborrable en su descendencia y sus sociedades. Se distingue a las personas a la espera de una esperanza futura tenazmente abrazando las promesas de cambio de vida ...

Desde los tiempos prehistóricos, traza Patriarcas y Profetas el conflicto entre el bien y el mal y su alcance universal. Este libro responde de manera sucinta a las preguntas hirvientes sobre el amor, la naturaleza humana, maldiciones generacionales, bendiciones generacionales y el trayecto de la vida. Llevando al lector detrás de la cortina para penetrar los misterios del pasado que prefigura el futuro, el libro investiga a fondo los caracteres de los hombres y las mujeres nacidos en circunstancias sombrías y probados en crisoles de arduas a través del cual se revelan defectos trágicos y virtudes dignas. Repetidas veces, ha configurado la intervención sobrenatural de forma dinámica sus cursos, mientras que sus opciones, para mejor o para peor, hacen una huella imborrable en su descendencia y sus sociedades. Se distingue a las personas a la espera de una esperanza futura tenazmente abrazando las promesas de cambio de vida ...

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habían sido frecuentes durante el trayecto del mar Rojo al Sinaí, pero <strong>por</strong>que se compadecía de su<br />

ignorancia y su ceguedad Dios no castigó el pecado de ellos con sus juicios. Pero desde entonces<br />

se les había revelado en Horeb. Habían recibido mucha luz, pues habían visto la majestad, el poder<br />

y la misericordia de Dios; y <strong>por</strong> su incredulidad y descontento incurrieron en gran culpabilidad.<br />

Además, habían pactado aceptar a Jehová como su rey y obedecer su autoridad. Sus<br />

murmuraciones eran ahora rebelión, y como tal habían de recibir pronto y señalado castigo, si se<br />

quería preservar a Israel de la anarquía y la ruina. "Enardecióse su furor, y encendióse en ellos<br />

fuego de Jehová y consumió el un cabo del campo." (Véase Números 11.) Los más culpables de<br />

los quejosos quedaron muertos, fulminados <strong>por</strong> el rayo de la nube. Aterrorizado, el pueblo suplicó<br />

a Moisés que implorase al Señor en su favor. Así lo hizo, y el fuego se extinguió.<br />

En memoria de este castigo Moisés llamó aquel sitio Taberah, "incendio." Pero la iniquidad<br />

empeoró pronto. En vez de llevar a los sobrevivientes a la humillación y al arrepentimiento, este<br />

temible castigo no pareció tener en ellos otro fruto que intensificar las murmuraciones. Por todas<br />

partes el pueblo se reunía a la puerta de sus tiendas, llorando y lamentándose. "Y el vulgo que<br />

había en medio tuvo un vivo deseo, y volvieron, y aun lloraron los hijos de Israel, y dijeron: ¡Quién<br />

nos diera a comer carne! Nos acordamos del pescado que comíamos en Egipto de balde, de los<br />

cohombros, y de los melones, y de los puerros, y de las cebollas, y de los ajos: y ahora nuestra<br />

alma se seca; que nada sino maná ven nuestros ojos." Así manifestaron su descontento con los<br />

alimentos que su Creador les pro<strong>por</strong>cionaba. No obstante, tenían pruebas constantes de que ese<br />

alimento se adaptaba a sus necesidades; pues a pesar de las tribulaciones que so<strong>por</strong>taban, no había<br />

una sola persona débil en todas las tribus.<br />

El corazón de Moisés desfalleció. Había suplicado que Israel no fuese destruido, aun cuando<br />

esa destrucción habría permitido que su propia posteridad se convirtiese en una gran nación. En su<br />

amor <strong>por</strong> los hijos de Israel, había pedido que su propio nombre fuese borrado del libro de la vida<br />

antes de que se los dejara perecer. Lo había arriesgado todo <strong>por</strong> ellos, y ésta era su respuesta. Le<br />

achacaban todas las tribulaciones que pasaban, aun los sufrimientos imaginarios, y sus<br />

murmuraciones inicuas hacían doblemente pesada la carga de cuidado y responsabilidad bajo la<br />

cual vacilaba. En su angustia llegó hasta sentirse tentado a desconfiar de Dios. Su oración fue casi<br />

una queja: "¿Por qué has hecho mal a tu siervo? ¿y <strong>por</strong> qué no he hallado gracia en tus ojos, que<br />

has puesto la carga de todo este pueblo sobre mi? ... ¿De dónde tengo yo carne para dar a todo este<br />

pueblo? <strong>por</strong>que lloran a mí, diciendo: Danos carne que comamos. No puedo yo solo so<strong>por</strong>tar a<br />

todo este pueblo que me es pesado en demasía." El Señor oyó su oración, y le ordenó convocar a<br />

setenta hombres de entre los ancianos de Israel, hombres no sólo entrados en años, sino que<br />

poseyeran dignidad, sano juicio y experiencia. "Y tráelos -dijo- a la puerta del tabernáculo del<br />

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