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Además de la violencia ejercida durante<br />
la atención del parto, una mujer que fue<br />
madre en el período 1979-1984 relata que<br />
cuando fue a dar a luz a su segundo hijo, su<br />
marido estaba sin trabajo y que la matrona<br />
dijo que para qué iba a tener otro hijo si<br />
mi marido no tenía trabajo. Para ella este<br />
comentario afectó su comportamiento<br />
reproductivo, y decidió no tener más hijos.<br />
La violencia que se observa en este caso,<br />
se relaciona con “un tratamiento deshumanizado”<br />
(Pérez D´Gregorio, 2010), enfatizando<br />
el control racional en un proceso fisiológico<br />
y propio de la itimidad de las familias.<br />
Un aspecto destacable es que en el grupo<br />
que dio a luz en el período 1996-2000,<br />
queda en evidencia el retiro del Estado<br />
en la provisión de servicios de salud y que<br />
ahora deben resolverse a través del mercado.<br />
Dos de las entrevistadas se trasladaron<br />
a Santiago para tener a sus hijos, incluso<br />
adquirieron deudas para solventar<br />
el pago del parto, asimismo optaron por<br />
llevar a cabo los controles prenatales de<br />
modo particular.<br />
En general, las experiencias de violencia<br />
obstétrica tienen en común que ocurren<br />
en un contexto en el cual la mujer se<br />
encuentra en una situación de vulnerabilidad,<br />
subjetiva y no escindida de sus<br />
emociones. En ese contexto la institucionalidad<br />
ejerce sobre ella violencia obstétrica;<br />
dejando de garantizar un trato a partir<br />
de derechos sexuales y reproductivos.<br />
La idea subyacente es que los distintos discursos<br />
y usos del cuerpo son el reflejo de<br />
la sociedad, el cuerpo es la metáfora de la<br />
sociedad, el individuo entra a formar parte<br />
de la sociedad también a través de su<br />
cuerpo. Dentro de estos planteamientos el<br />
control sobre el cuerpo se presenta como<br />
una forma de control social (Orobitg,<br />
1999). La institucionalidad pública busca<br />
singularizar la experiencia de las mujeres,<br />
por tanto el género y la sexualidad no<br />
son propiedades de los cuerpos, sino procesos<br />
y productos derivados del despliegue<br />
de una compleja tecnología política,<br />
de aparatos tecno-sociales y biomédicos.<br />
Estas tecnologías producen efectos en los<br />
cuerpos, los comportamientos y las relaciones<br />
sociales en términos de su representación<br />
social y de la construcción subjetiva<br />
(Darré, 2013).<br />
4. Conclusiones<br />
Una vez que las mujeres acceden al PPF,<br />
éste fue a tal punto efectivo, que a pesar<br />
de las políticas que intentaron suspenderlo,<br />
el índice de fertilidad decreció en el período<br />
estudiado. En el ciclo 1965-1970 fue<br />
de 5,35 hijos, en el período 1979-1984 fue<br />
de 2,67 hijos y en el período 1996 a 2000<br />
llegó a 2,19 hijos (INE, 2015). La persistencia<br />
de esta política permitió disminuir la<br />
cantidad de hijos, espaciar el tiempo entre<br />
uno y otro y sobrevivir a los partos, aspecto<br />
que era una preocupación de salud<br />
pública hasta la década de los 60.<br />
Del mismo modo, el PPF es asimilado<br />
por las mujeres porque es funcional a la<br />
expectativa de que sus hijos accedan a la<br />
educación superior. Ellas asumen que el<br />
modelo neoliberal en lo económico tiene<br />
un correlato en la educación y ello significa<br />
que para revertir las desventajas intergeneracionales,<br />
deberán invertir en educación<br />
o bien endeudarse para orientarse<br />
a dicha meta. En este sentido, el acceso al<br />
PPF modificó los comportamientos y concepciones<br />
reproductivas de las mujeres.<br />
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