BORREGOdermund
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BORREGO : Derrota mundial<br />
quizá Francia bombardee por primera vez Saarbruck y la deje demolida. La<br />
artillería alemana, por su parte, destruirá en represalia Mülhausen... Se<br />
instalarán después cañones de más alcance y la destrucción se irá haciendo<br />
mayor... Y el capital nacional europeo reventará en granadas y la energía de los<br />
pueblos se desangrará en los campos de batalla. Y un día, empero, volverá a<br />
haber una frontera entre Alemania y Francia, pero en vez de ciudades<br />
florecientes se extenderán por ella campos de ruinas y cementerios. »<br />
En la historia no ha habido jamás dos vencedores y muchas veces no ha habido<br />
más que vencidos. Ojalá que tomen la palabra los pueblos y los gobernantes que son<br />
del mismo parecer. Y que rechacen mi mano los que creen ver en la guerra la mejor<br />
solución».<br />
Su mano fue rechazada. No ciertamente por los pueblos, que querían la paz,<br />
sino por los estadistas occidentales; por Roosevelt, por Churchill y por Daladier.<br />
Incluso el Intelligence Service Británico organizó una minuciosa conjura para<br />
asesinar a Hitler en la Cervecería de Munich, durante la ceremonia del 8 de<br />
noviembre. Pero el acto duró menos de lo que se suponía porque Hitler sintió una<br />
indefinible premura y salió del edificio minutos antes de que estallara la bomba de<br />
tiempo colocada para matarlo. Churchill refiere en sus memorias que ciertamente<br />
Hitler se había visto sorprendido por la declaración de guerra de Francia y la Gran<br />
Bretaña, con quienes no quería pelea, pero que había supuesto que al terminar<br />
rápidamente la campaña de Polonia, su oferta de paz brindaría a Mr. Chamberlain y a<br />
Daladier la oportunidad de llegar a un arreglo decoroso. «Nunca se le ocurrió, ni por<br />
un momento —añade Churchill—, que Mr. Chamberlain y el resto de la comunidad de<br />
naciones que forman el Imperio Británico, tenían la resolución inquebrantable de<br />
darle muerte o perecer en la demanda». En verdad era difícil suponer que el odio<br />
contra una persona —en este caso Hitler— fuera más poderoso en Londres que la<br />
conveniencia del Imperio Británico, y que se prefiriera aniquilar a Alemania, aunque<br />
nada pedía de Inglaterra, que dejarle el camino libre para que se lanzara contra la<br />
URSS, cuya doctrina marxista era hostil a todo principio de libertad, hostil al Imperio<br />
Británico y declaradamente enemiga del mundo occidental[1]. Churchill fue cegado<br />
por ese odio y automáticamente se convirtió en instrumento de otras fuerzas que<br />
desde la Casa Blanca de Washington trataban a todo trance de salvar a la URSS.<br />
Sobre este punto el escritor norteamericano Robert E. Sherwood dice en su libro<br />
«Roosevelt y Hopkins» que cuando la guerra empezó, Roosevelt evidenció una grave<br />
preocupación de que fuera a llegarse a una paz negociada. Transmitió esa inquietud<br />
al gobierno inglés e inició su «histórica correspondencia con Winston Churchill». Y es<br />
que si Alemania llegaba a una paz negociada contra Inglaterra y Francia, quedaba con<br />
las manos libres para realizar su anunciada ofensiva contra el marxismo.<br />
El pueblo americano no quería la guerra. El propio Sherwood dice[2] que ya<br />
fuera por la experiencia de 1918 o por simpatía a la ciencia alemana, el sondeo de<br />
Roper reveló en 1939 que sólo un 2.5% de la población de Estados Unidos deseaba la<br />
intervención occidental contra Alemania, e incluso había un movimiento que<br />
proclamaba a Hitler como el adalid del antibolchevismo. Pero a pesar de que Estados<br />
Unidos era una democracia, Roosevelt no actuaba de conformidad con su pueblo,<br />
sino siguiendo los consejos prosoviéticos del grupo israelita que lo rodeaba: Wise,<br />
Baruch, Morgenthau, Frankfurter, Untermeyer, Rosenman, etc.<br />
Y los inconfesables propósitos de este grupo son parcialmente revelados por el<br />
mismo Sherwood, quien agrega que el consejero Hopkins «afirmó que la cuestión de<br />
Polonia no era, en sí, tan importante por sí misma como por representar un símbolo<br />
de nuestra posibilidad de entendernos con la Unión Soviética. Dijo que nosotros no<br />
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