BORREGOdermund
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BORREGO : Derrota mundial<br />
«Pronto sobrevino una vigorosa reacción contra tales desviaciones: 138<br />
cosacos, entre ellos varios comandantes, fueron condenados a muerte y se<br />
impuso a todo soldado rojo la obligación de luchar contra el antisemitismo, esa<br />
herencia vergonzosa, criminal y sangrienta».<br />
La casa de los Romanof fue exterminada. Tatiana Botkin refiere así el final del<br />
Zar, de la Zarina, del Zarevich y de las princesas Olga, Tatiana, María y Anastasia:<br />
«En la prisión —casa de Ipatiev— de Ekaterimburgo, la familia real sufría<br />
mil vejaciones. La situación de todos empeoró al ser nombrado otro comisario,<br />
el judío Yurovsky. El trato de los guardias se convirtió en un verdadero martirio,<br />
que sus majestades soportaban con verdadera resignación cristiana. Por comida<br />
les daban las sobras de los guardias, quienes además escupían en los platos.<br />
Luego les servían la comida y se las arrebataban cuando empezaban a comer. En<br />
la noche del 3 de julio de 1918 fueron bárbaramente asesinados.<br />
»Cuando penetró Yurovsky con 12 soldados, de los cuales sólo dos eran<br />
rusos (los demás judíos y letones), Yurovsky se encaró con el emperador y le<br />
dijo: 'Usted se ha negado a aceptar la ayuda de sus familiares (en el extranjero)<br />
por lo que tengo que fusilarlo'. El emperador se persignó, abrazó a su hijo con<br />
toda serenidad y se arrodilló. La emperatriz hizo lo mismo. Sonaron unos<br />
disparos. Yurovsky disparó sobre el emperador; los soldados sobre los demás.<br />
Dieron vuelta a los cadáveres y los asaetearon con las bayonetas. Después de<br />
esta carnicería los cadáveres fueron despojados de cuanto llevaban, arrojados a<br />
un camino y de ahí conducidos a un bosque cercano, donde fueron incinerados<br />
en dos hogueras: una de fuego y la otra de ácidos»<br />
Inútilmente Nicolás II, lo mismo que su padre Alejandro III, y su abuelo<br />
Alejandro II, se habían empeñado en reprimir a quienes encabezaban o coordinaban<br />
el descontento de las masas, pero sin lograr nada decisivo para suprimir el<br />
descontento mismo. Mientras por un lado el malestar público crecía con la pobreza,<br />
por el otro las autoridades se esforzaban superficialmente en suprimir a quienes se<br />
valían de ese malestar como instrumento para una magna revolución.<br />
Sesenta y nueve años después que Marx y Engels habían creado su magistral<br />
fórmula de agitación, sus descendientes raciales lograban que un gran imperio se<br />
viniera abajo. Era ese el primero de sus fabulosos triunfos.<br />
(A la revolución bolchevique siguió una violenta contrarrevolución encabezada<br />
por los generales Antón Ivanovitch, Deniken, Kolchak, Wrangel y Yudenitch.<br />
Llegaron a arrebatarles a los rojos territorios con más de un millón de kilómetros<br />
cuadrados y se aproximaron amenazadoramente a Leningrado y Moscú. Deniken<br />
esperaba ayuda de los gobiernos inglés y francés, pero no la obtuvo. En contraste, los<br />
bolcheviques sí lograban ayuda de los israelitas del extranjero y vencieron a las<br />
fuerzas de Deniken).<br />
El judío Alejandro Kerensky (originalmente apellidado Adler), que se había<br />
infiltrado en el gobierno del zar para ayudar secretamente al triunfo de los<br />
comunistas, emigró después al Occidente para presentarse como «anticomunista».<br />
Bajo ese disfraz mantuvo contacto con los rusos exiliados, auténticamente enemigos<br />
del comunismo, y fue un factor decisivo para neutralizar sus esfuerzos.<br />
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