BORREGOdermund
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BORREGO : Derrota mundial<br />
patente que Inglaterra y Francia no querían ninguna fórmula de arreglo. Churchill<br />
dice que el Gabinete inglés tenía «la resolución inquebrantable de darle muerte (a<br />
Hitler) o perecer en la demanda». Francia seguía sus pasos. Y Roosevelt, por su parte,<br />
vivía esos días bajo el temor de «que se llegase a una paz negociada», y a fin de<br />
evitarla inició su personal correspondencia con Churchill[6].<br />
LA TERRIBLE GRANDEZA DE LA GUERRA<br />
Todavía con la esperanza de encontrar posteriormente una transacción, Hitler<br />
inició los preparativos para librar la guerra que no quería con Occidente y la guerra<br />
que sí quería, contra el Oriente. Ya en la encrucijada, ante el mortal peligro de los dos<br />
frentes, Alemania afrontó la guerra con serenidad y con entereza.<br />
Como observó Schubart, ningún pueblo ha hablado tanto de la vivencia de la<br />
camaradería propia de la guerra como el alemán:<br />
«Solamente la guerra, con sus sombras de muerte, tiene el poder de<br />
romper la coraza del alma con que se cubre el alemán en el plano individual. La<br />
mónada sobrecargada de responsabilidad personal, que es el alemán, respira<br />
cuando la atomizadora vida burguesa desemboca en el estado unitivo de la<br />
guerra... Cuanto más herméticamente nos encerramos en la propia<br />
personalidad, tanto más violento es a veces el afán de librarnos de la cárcel de la<br />
persona. Aquí tenemos la fuente del entusiasmo alemán por la guerra, fuente<br />
que emana de las capas más profundas del alma».<br />
Mucho se ha hablado en contra de la guerra. Pero evidentemente no todo es<br />
negativo en ella. Es en la lucha donde se remueven las más profundas vetas de la<br />
personalidad de los pueblos; es en la lucha donde aflora lo mejor de sus valores y lo<br />
peor de sus defectos; es en el momento supremo del «ser o no ser» cuando se ve lo<br />
que en realidad contiene un pueblo y lo que guarda celosamente como tesoro no de<br />
todos los días.<br />
Más antiguo que el deseo de paz es el deseo de guerra. Paz es cesación de lucha;<br />
paz es el reverso de un estado exacerbado de actividad y combate por la existencia. La<br />
ausencia de lucha es la «paz», es decir, paz es falta de algo. Todo lo que vive, lucha.<br />
La guerra es una amplificación gigantesca del espíritu de los pueblos y de los<br />
hombres, en la que afloran vivencias ocultas. En ella no solamente hay el significado<br />
de un conflicto entre dos gobiernos o entre dos pueblos: hay también significados<br />
más profundos e invisibles; quizá por eso es una necesidad esporádica de los pueblos<br />
y de la humanidad misma. No simplemente por un capricho irreflexivo, sino por una<br />
necesidad potente y misteriosa, es por lo que grandes masas de hombres en la<br />
plenitud de su existencia salen al encuentro de la muerte.<br />
Paradójicamente, pese a sus cenizas de destrucción, la guerra es también<br />
creadora. No fueron los reposados y sabios senadores los que forjaron el Imperio<br />
Romano, sino la espada de César y el empuje de sus legiones; no fueron sólo los siete<br />
sabios de Grecia los que hicieron de Grecia el corazón de una época y de una<br />
civilización, sino el arrojo espartano de sus guerreros. Los pueblos crecen y se hacen<br />
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