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BORREGOdermund

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BORREGO : Derrota mundial<br />

esforzados e inteligentes israelitas, miembros de comunidades que a través de<br />

muchas generaciones habían soportado severos sufrimientos en el duro am-biente de<br />

Rusia.<br />

Desde los primeros años de nuestra Era ya se habían instalado emigrantes<br />

judíos en los territorios que siglos más tarde formarían parte de la Rusia meridional.<br />

Dolorosas vicisitudes vivieron desde entonces, pero jamás perdieron su cohesión<br />

racial. En 1648 los cosacos se lanzaron furiosamente contra ellos y después de<br />

sangrientos choques prohibieron que en Ucrania radicaran comunidades israelitas.<br />

En general la población era hostil a huéspedes tan reacios a la fusión de sangre y de<br />

costumbres.<br />

Pero las tierras rusas, prometedoras de esplendoroso futuro gra-cias a sus<br />

inexplotadas riquezas y enorme extensión, seguían atrayendo incesantemente a<br />

comunidades judías emigradas de la Europa occidental. La emperatriz Elisabetha<br />

Petrovna se alarmó ante ese fenómeno y en 1743 se negó a admitir más inmigrantes.<br />

Sin embargo, cincuenta años más tarde la anexión de territorios polacos con-virtió a<br />

millares de judíos en súbditos de Rusia.<br />

En esa forma las comunidades israelitas aumentaron considerable-mente, no<br />

sin sufrir hostilidades y persecuciones, tal como les había ocurrido a sus ancestros en<br />

todos los tiempos y en todos los pueblos. El zar Alejandro I (que gobernó de 1801 a<br />

1825) trató con benevolencia a la población judía y sufrió un completo fracaso al<br />

pretender que se asimilara a la población rusa.<br />

El siguiente zar, Nicolás I (1825-1855) se impacientó ante la renuencia de las<br />

comunidades israelitas a fusionarse con la población rusa y redujo sus derechos<br />

cívicos, además de que les hizo extensivo el servicio militar obligatorio que ya regía<br />

en el Imperio. Esto causó trastornos y descontento entre los judíos, pero una vez más<br />

lograron conservar sus vínculos raciales y sus milenarias costumbres.<br />

Al subir al trono Alejandro II (1855) la situación de los israelitas volvió a<br />

mejorar y no tardaron en prosperar en el comercio, la literatura y el periodismo;<br />

varios diarios judíos se publicaron en San Petersburgo y Odesa. Precisamente en ese<br />

entonces —girando alrededor de la doctrina comunista delineada en 1848 por los<br />

israelitas Marx y Engels—, se vigorizó en Rusia la agitación revolucionaria. En 1880<br />

los israelitas Leo Deutsch, P. Axelrod y Vera Zasulich, y el ruso Plejanov, formaron la<br />

primera organización comunista rusa. Y un año después varios conspiradores,<br />

encabezados por el judío Vera Fignez, asesinaron al zar Alejandro II. El hijo de éste,<br />

Alejandro III, tuvo la creencia de que las concesiones hechas por su padre habían sido<br />

pagadas con ingratitud y sangre; en consecuencia, expulsó a los judíos de San<br />

Petersburgo, de Moscú y de otras ciudades, y les redujo más aún sus derechos cívicos.<br />

Los crecientes desórdenes y atentados los atribuyó a la influencia de ideas extrañas al<br />

pueblo ruso y ordenó enfatizar el nacionalismo y reprimir las actividades políticas de<br />

los intelectuales hebreos.<br />

La inteligente población israelita se mantuvo estrechamente unida en esos años<br />

de peligro. Sufrida, inflexible en sus creencias, celosa de la pureza de su sangre, ya<br />

estaba ancestralmente acostumbrados a sobreponerse a las hostilidades que su<br />

peculiar idiosincrasia provocaba al entrar en conflicto con las ajenas. Ya antes había<br />

demostrado con arte magistral que a la larga sabía aprovechar en beneficio de su<br />

causa las reacciones desfavorables con que tropezaba en su camino. Es esta habilidad<br />

una de sus creaciones más originales y con ella ha demostrado que ningún pueblo<br />

está verdaderamente vencido mientras su espíritu se mantenga indómito.<br />

Lo mismo que le había ocurrido en otros países, esa raza vio cómo miles de sus<br />

hijos —emigrados a las tierras rusas, prometedo-ras de esplen-doroso futuro debido a<br />

sus inexplotadas riquezas y enorme esténsión— chocaban con el brusco carácter del<br />

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