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vientre a las mujeres y las hizo estériles. Grandes lamentos y propósitos de<br />
enmienda dieron los indios ante la inminente extinción de su raza, y el dios<br />
Achagua se compadeció y llenó, otra vez, de vida los senos maternales. Sin<br />
embargo, al retornar los muiscas y encontrar tan rotunda negativa,<br />
decidieron arrebatar los hijos de los brazos de las madres y apalear a los<br />
padres hasta la muerte. Mansos y dóciles, los Achagua no sabían repeler los<br />
frecuentes raptos y ataques de que eran víctimas. Acudieron, pues, a<br />
Guayguerri <strong>para</strong> que pusiera el temor en el corazón de sus enemigos. El<br />
dios Achagua, con poder sobre los peces, las tortugas, los caimanes, las<br />
culebras, los perros de agua, las toninas, las rayas y los tembladores, midió<br />
la tristeza de su pueblo y decidió protegerlo. En el sitio exacto donde<br />
termina la serranía y se inicia el llano, en las proximidades del Pauto y a la<br />
<strong>ver</strong>a del Cravo, el dios pescador levantó con sus manos el cerro<br />
Samaricote, desolado y triste con grandes aristas y escotaduras... Visto de<br />
lejos el pedregón semeja el <strong>más</strong> formidable de todos los caimanes.<br />
Los Muiscas no volvieron <strong>más</strong> por los Moxas, los Niños Sagrados<br />
del Casanare.