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enfundada en rojo vivo. No le hagas caso a la jauría de ladridos, con sus<br />
hocicos de registros perfectos: descubren el miedo y te huelen la<br />
temeridad también: bienvenido o malvenido. Ellos están allí <strong>para</strong> saber<br />
si llegas en camión o bestia, cruzas el patio, evitas sapos y bostas, tu<br />
sombra se adelanta unos instantes, pasas el corredor entre chinchorros,<br />
ronquidos y hedores de arrieros y allí mismo te venden la cerveza. Es la<br />
última en el desierto, bébela fría con el olor a humo de kerosén de la<br />
ne<strong>ver</strong>a de toses intermitentes, con los quejidos frustrados y sarnosos,<br />
ante los ojos de una dama que espera a un hombre bueno en cada<br />
camionero, y un cantinero que te la sirve de fantasma en su franela rota,<br />
en lunares de madrás, por donde seguramente le pegarán un tiro en esa<br />
diana de la barriga y del ombligo que provoca las punterías. Y no<br />
esperes que te diga: Por aquí pasaron hace días dos camioneros<br />
cargados...y no han regresado todavía... ni se sabe de ellos.<br />
Significa que se los tragó la tierra, la soledad del llano, ese mundo<br />
pelado que se llena de mastrantos.<br />
Porque te amarga la cerveza, <strong>más</strong> hiel en miado de burra que te bebes en<br />
la desesperación de la sed. Te puedes llevar dos <strong>más</strong>, mejor seis si vas<br />
tan lejos. Y si hay ron, también ron que es una caña decente y te señala<br />
los mejores lugares de cobijo . Después a cien kilómetros de polvo,<br />
cañoschenchenas, ni luz ni perros ni mujer en postigos ni un cantinero<br />
de franela rota ni cervezas. Todo es tinieblas que rompen los focos o<br />
unos pequeños faros en la oscuridad que no se acaba de tanto negro<br />
monte que se junta (se ven ojillos rojos, violetas, naranjas en la mirada<br />
fija de distintos animales, según los tamaños y las distancias, la<br />
domesticación y la fiereza. Y las brasas en el testuz encandilado. Se<br />
espantan unos pájaros nocturnos de alerones sonoros, pasa un zorro<br />
guache, se mata por desgracia un pequeño caimán que se encamina<br />
hacia aguas <strong>más</strong> profundas y hasta un mapurite se estripa bajo ruedas<br />
<strong>para</strong> humanizar el aire de esa máquina que abarca los contornos con sus<br />
ruidos).<br />
Y sigue esa vía muda, íngrima de alma en pena, que a veces te abre la<br />
piedad en el corazón malogrado de miseria y soledad. Entre ánimas que<br />
adivinas y no ves del todo hasta llegar a una cruz con una vela que ciega<br />
tus luces de camión recién salido de la civilización o tus ojos por<br />
encantamiento, cuando tú buscas a la orilla del camino un refugio, un<br />
lugar sin plagas ni tigres, ni culebras <strong>para</strong> dormir.<br />
_Así vamos siempre...