Cuando Régis Debray escribe que Colón «no ve más que lo que cree», cae de llenoen este anacronismo psicológico. Pues si Colón parte con el bagaje de numerosascreencias de su época -en particular, la de los seres monstruosos que pueblan lastierras desconocidas, creencia que sobrevive hasta finales del siglo XVI-lo que llamala atención en él no es que espere efectivamente encontrarse con esos seres, sino sucapacidad para corregir lo heredado. Tzvetan Todorov desarrolla la misma crítica,sin darse cuenta de que así pensaban todos los viajeros de su época, y los mismosgeógrafos, que van corrigiendo poco a poco la imagen de la Tierra y no acabaránhasta finales del siglo XVIII con la idea de una tierra austral.El anacronismo psicológico impregna de arriba abajo el libro de Todorov, La conquistade América. Su crítica de la relación con "el otro" está hecha desde criteriosdel siglo XX, que aplicados a personas del siglo XV resultan tan descabellados comolos que estos últimos aplican a los amerindios. Un ejemplo entre muchos: se contraponela voluntad de evangelizar y la imposición de la esclavitud, con el argumento deque el cristianismo debe significar la igualdad entre las personas, una idea que nisiquiera hoy día se puede considerar universal; pero el cristiano medieval (yrenacentista) que piensa que todos los hombres son iguales "ante Dios" mantiene almismo tiempo una rígida concepción de la jerarquía entre las clases. Igualmente simplistaes creer, confundiendo los tiempos teóricos de la teología, que la esclavitudsignifique que el esclavo es un animal. La contradicción está en la cabeza del historiador,pero no en la de Colón y sus contemporáneos próximos.Considerando el pensamiento de Colón en su totalidad, se pueden disociar los rasgosmedievales y los rasgos modernos (y constatar que, en su caso, tanto unos comootros alcanzan su mayor grado de agudeza). Cree que el fin de los tiempos se produciráen un plazo de alrededor de 150 años, antes del cual el Anticristo deberá servencido y el mundo entero evangelizado. Es la razón por la que el oro que va adescubrir en las tierras desconocidas debe servir para la reconquista de Jerusalén. ¿Esesto contradictorio con su exigencia de ser ennoblecido, nombrado almirante, virreyy gobernador de las nuevas tierras, percibir un porcentaje elevado de todos los bienesque logre? ¿Es contradictorio con el autoritarismo, el nepotismo o el esclavismo?Para una persona del siglo XX, sí; en aquel tiempo, no, en absoluto. La personalidadconcreta de Colón sintetiza todos esos elementos en una coherencia que da fuerza asu proyecto, donde se conjugan todos los aspectos que al final le darán éxito y gloria.Nadie lo ha comprendido y expresado mejor que Ernst Bloch: «Sin misión económicasubyacente, ni siquiera un homo religiosus del tipo de Colón habría podidoencontrar nunca un navio que le condujera a su Edén; pero, al mismo tiempo, estamisión no habría podido ser realizada sin la obsesión mística sobre el objetivo aalcanzar que animaba al jefe de la expedición. Ambos aspectos: Eldorado y Edénlograban una fusión única, nunca antes vista y que no se volvería a ver; el soñadorreligioso, guiado por su utopía, proporciona el valor necesario al almirante. El vientoque empujaba sus carabelas sobre el espantoso Atlántico en la dirección del Edén dela fe, no soplaba sólo hacia la utopía, también era aspirado desde más abajo. Sinmotivo económico nuevo, pero también sin la atracción poderosa que ejercía el Edén,la intuición de la existencia de otro continente, aparecida en repetidas ocasiones en laAntigüedad, habría quedado en simple literatura, como hasta entonces (...) Fue la feen la existencia del paraíso terrestre, y sólo ella, la que inflamó al explorador,100 VIENTO SUR Número 5/Octubre 1992
empujándole al arriesgado viaje hacia el oeste, con pleno conocimiento de causa» /1.El político mata al utopistaLa coherencia original del individuo histórico no es más que un momento en unahistoria que se apodera de él y de la que es instrumento, antes de que la misma historiale destruya.Hizo falta que el marino aventurero, sabio e iluminado, se hiciese almirante paraabrir a España las puertas de un imperio; hizo falta que el soñador del reino milenarioquedase prendido de las tierras paradisíacas de ríos de oro para que se instaurase unacolonización infernal.Pero el virrey y gobernador conoció pronto el más penoso despertar. El descubridorutópico no tenía talla de político. Nunca fue un conquistador. Su inteligencia fue másla de un hombre de negocios que la de un diplomático. Ciertamente, no está nadaclaro qué hubiera podido hacer incluso el propio Maquiavelo en medio del atolladerode una colonia de bribones que rechazaban su rigurosa autoridad de extranjero, entrela miseria, las enfermedades, el hambre y la desilusión, por un lado, y el sentimientode poder y de libertad, lejos de cualquier obligación social, por otro.Empleando, a contratiempo, concesiones -incluso las más humillantes- y violencia;dejándose arrastrar por los ayudantes más opuestos a su mismo sistema, no asistimosal conflicto de las contradicciones del hombre Colón, sino al conflicto de lo real conla utopía. Los agentes económicos, políticos, sociales, de la expansión europea handestruido al hombre que creía en una utopía, por otra parte regresiva, porque estababasada, no en la acción humana, sino en la revelación de lo oculto.Así, Colón aparece como uno de esos individuos cuya época determina hasta elpunto de hacerlos capaces de resolver grandes problemas, pero que, precisamenteporque sus características, calidades y defectos también pertenecen demasiado a sutiempo, son barridos inevitablemente una vez cumplida su tarea. Por eso mismo,hacer de un personaje así el chivo expiatorio de acontecimientos de los que fue instrumentoiniciador es muestra de una mentalidad arcaica.Critique Communiste n° 120-121/ Julio de 1992/ París.Traducción: Alberto Nadal1/ Bloch, Ernst: Le Principe Esperance, tomo 2, París, Gallimard, pág. 393.VIENTO SUR Número 5/Oclubre 1992 101
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