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Ago. Sept. Oct. Nº 282-283-284 - Biblioteca Virtual El Dorado

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ías, nos dejamos matar antes que guardar silencio. Descendemos enlínea recta del peluquero del rey Midas, y, como él, no sólo haríamoshuecos en el suelo, sino que perforaríamos las nubes paragritar al cielo cualquier cosa.Me observará alguno que esta regla no es de aplicación generaly que en el seno mismo de los Cueros colegiados hay quienes noabren la boca nunca o lo hacen raras veces. Esto es cierto, pero noquita fuerza a la afirmación. Los que en una Cámara no aturdencon su verbosidad, son casi siempre tímidos en exceso o tardos depensamiento y de lengua. Todos los otros hablan, y a veces más dela cuenta. La prueba de esto la dan por un lado los muchos individuosque se levantan a hablar sin tener nada que decir y aun sintener siquiera facilidad para no decir nada y por el otro el hechode que muchos sujetos a quienes creíamos parcos en el hablar,apenas los visita la inspiración hablan hasta por los codos. Hayotros' yo conozco varios de esta especie personalmente, que cuandoagita el Presidente la campanila para abrir la sesión se .quedanmudos hasta que la agita de nuevo para cerrarla, pero que antes ydespués de esto son los hombres más locuaces y declamadores quedarse puede.Conozco yo un país en que hace falta un diputado con losmismos bríos de M. Reynaud para que propusiera la limitación dela palabra en la Cámara, en cuyo seno hay en ocasiones unosseñores diputados que cuando empiezan a hablar ya tienen cuerdapara rato, sin que sus excesos de oratoria sean fértiles en otrosresultados que los de apasionar tremendamente las cuestionc: yprovocar desagradables lances personales. Y ya se ha dado el caso deun período de sesiones en que se habló mucho, hasta llegar a fatigara las señoritas taquígrafas, a pesar de su bondad y su laboriosidadextremadas, y en que no se hizo nada en bien de la comunidad, pueslos oradores se pasaron las horas de sesión en arduos y complicadosdebates, en que divididos en dos partidos sostenían con caluroso empeñoel uno que lo blanco era negro y el otro que lo negro era blanco,sin llegar a ponerse de acuerdo jamás.En realidad de verdad si no hablar cosa alguna no es actitudconveniente en un representante del pueblo, hablar demasiado lo esmenos. Debían, los que se ven investidos con funciones legislativas,situarse en un justo medio y, haciendo propósito de no hablar,hacer esto para ilustrar la opinión, no para embrollarla y agotar ensus discursos exactamente el tiempo preciso para exponer sus ideasy observaciones, ocupándose más, mucho más, de los hechos quede las personas. Así se acostumbra en Inglaterra, en Suiza y en260

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