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Ago. Sept. Oct. Nº 282-283-284 - Biblioteca Virtual El Dorado

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ecuerdos, lo que vio y lo que hizo en esa memorable guerra delos mil días en que Colombia se desangró y se arruinó, para luegoresurgir, con sangre nueva, con bríos mayores, con más devociónal trabajo y más amor a la democracia, y ocupar una posició~económica y moral de primer orden en el continente americano.Hablando de su libro dice de la Rosa: "No soy hombre de pluma.Mas como el lenguaje de la verdad es límpido de por sí, no necesitade galas literarias para resplandecer. Le basta ser austero".Indudablemente lo que cuenta el General de la Rosa es sólo unaspecto de la guerra, un pedazo de historia que le tocó vivir. Es enlo general una serie de incidentes como hubo muchos en esa guerray como los hay en todas. Se ponen de relieve cosas sabidas por sercosas naturales y corrientes entonces: el fervor ideológico, el valorindividual, la animosidad en el peligro, la perseverancia en la obra,la generosidad y la hidalguía liberales. Pero con interesar muchotodo eso, que tiene su valor acreditado, la obra del General de laRosa tiene otros méritos: el de sacar del olvido a hombres quesupieron en su tiempo abandonarlo todo para acudir al toque dellamada de su partido y que por esto merecen ser recordados, y elde narrar con el crédito irrestricto de actor principal, un capítulomuy interesante y poco conocido de esa guerra; la ocupación de laciudad de Colón.Debo declarar antes de seguir adelante que soy hoy, Y desdehace muchos años, lo que no era en 1899: un pacifista a ultrariza.Creo ahora que no hay mal que justifique el recurrir a la violenciaporque ninguno es eterno y el tiempo los va gastando y destruyendo.<strong>El</strong> estado de descomposición del conservatismo colombiano en1899 era tal, que se imponía una revisión de sus métodos de gobierno,una reforma política trascendental, para lo cual hubierasido imprescindible la cooperación del liberalismo. Si éste no seprecipita a la guerra, se hubiera evitado muchas cosas, algunas irremediables,y su triunfo en 1930 se hubiera efectuado un cuarto desiglo antes. Quizás sigan creyendo los fatalistas que este triunfo delliberalismo no podía advenir sin el derramamiento de la sangre demillares de sus hijos; la traición, en el campo oficial, a un viejobueno pero ya sin energías; las crueldades de un émulo tropical deTiberio y de Nerón; el asesinato de un varón ilustre, digno de lapluma de Plutarco; la dictadura de un militar de talento que erróen sus apreciaciones de la psicología del pueblo colombiano, y laseparación obligada de Panamá, semejante a la de un parente malapreciado (¿scrá mejor decir cenicicnta?) que no hallando cariño yel abrigo necesario en la casa solariega, la deja para hacerse una asu gusto, pero sin rcncor por sus hermanos ni aflojamiento de los30

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