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Ago. Sept. Oct. Nº 282-283-284 - Biblioteca Virtual El Dorado

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En estos días tenemos huelga en el IIavre y hcmos tenido unconato de ella en París. La del Havre es de importancia y hahabido hasta des(irdenes y motincs con su secuela de muertos yheridos. y parece que, por ahora, no se ve llegar el finaL.Yo recuerdo haber sufrido los efectos de varias huclgas cn Londres:la de los empleados del servicio de aseo en ci barrio deKensington, que dejó amontonar las basuras en las calles y en lascasas durante ocho o diez díaz; la de la policía metropolitana, queme llenó dc asombro al vcr que hasta los guardiancs del ordenapelaban a la huelga para alcanzar sus propósitos y, la de losobreros de los ferrocarriles, los conductores de automóviles y tranvías,que afectó la circulación, el comercio y los mcrcadcJs.Pero la huelga que más directamente me ha afectado, y quc mela recuerda ahora lo ocurrido a los pasajeros del vapor La trancellegado al Havre el trein ta dc agosto, la pasé en Plymouth hace tresaños largos. Había crnbaroido en l\ueva York a principios de niayocon rumbo a Liverpool y en viajc a Londres, a bordo del enonne vaporAquitaia, el mayor que cruzaba entonces y cruza todavía losmares. <strong>El</strong> viaje fue admirable, pero al llegar ccrca de las costas inglesasel capitán recibió orden de dirigirse a Southanipton porque enLiverpool se habían declarado en huelga los trabajadores del puerto.Lo mismo ocurrió poco después cn Southampton y de nuevohubo que variar el rumbo dirigiéndonos a Plymouth, a donde llegamosel diez de mayo a las nueve de la mañana. <strong>El</strong> desembarco seefectuó sin novedad, y a la una de la tarde los dos mil pasajerosdel Aquitaia nos hallábamos en la aduana, con nuestros equipajesregistrados y listo el tren para partir, cuando se declaró la huelga.Inútil fue tratar de convencer a los faquines ofreciéndoles sumasfabulosas por transportar nuestros equipajes al tren. N o cedieron nise prestaron a ello y ya estábamos resueltos a pasar la noche malamenteen ese pequeño puerto militar cuando un coronel, viajero clmismo, subió sobre un montón de equipajes y desde esa tribunaimprovisada arengó a los demás vicyeros, proponiendo que convertidosen nuestros propios faquines echáramos mano a las carretillasde ídem y transportáramos al tren nuestro equipaje... La idea seacogió con júbilo; tan sencila como la del huevo de Colón, tanpráctica, ¿cómo no se nos había ocurrido antes!' En un periquete,hombres y mujeres, desde empingorotados funcionarios públicos, ymilitares llenos de medallas, y ricachones cubicrtos de anillos; desdeancianas y linajudas damas, y señoritas a la moda, hasta humildessoldados, y pobres emigrantcs, y desde viejas con aire de brujas,hasta muchachas de dudosa ortografía, todos nos hicimos decarretilas y en una media hora estaba el equipaje en el tren. Yo349

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