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Ago. Sept. Oct. Nº 282-283-284 - Biblioteca Virtual El Dorado

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iar, rostros que se contraen de furor. ¡Vive Dios! ¡qué feo es elhombre en estos momentos,!"Allá arriba, muy arriba, un hombre agita violentamente unacampanila cuyas vibraciones se pierden entre los gritos. Se ve a suspies como una marejada furiosa de cabezas y de espaldas. Y, melancólicamente,busca su confidente de las horas angustiosas, eseviejo sombrero, alto de copa, que, si desapareciera del resto delmundo, encontraría un último asilo sobre la cabeza de los presidentesde las asambleas parlamen tarias en Francia para indicar que seha colmado la medida y que sÓlo falta marcharse."Don Raoul Peret, Presiden te de la Cámara, reanudó la sesióndiez minutos después. Como había quedado en el uso de la palabra,la tomó de nuevo el autor de <strong>El</strong> estúpido siglo xix, el yamencionado señor Daudet. Es ta vez la emprendió con el señorBriand, haciéndole graves cargos. Este quiso explicarse y Daudet senegÓ a cederle la palabra para ello, como es costumbre en la Cámara,lo que encolerizó al señor Briand y a las izquierdas, y dio lugaral segundo tumulto.<strong>El</strong> señor Daudet quiso seguir hablando, pero no le dejaron. Losdiputados del centro y las izquierdas cada vez que intentaba hablarhacían un ruido infernal ~ritando: que se calle el señor Daudet.Que hable el seÙor Briand, y cerrando y abriendo sus pupitres confuerza. La derecha gritaba a su vez: que no hable el señor Briand.Que siga hablando el señor Daudet. Al fin, el Presidente, cansado ydisgustado, se cubrió de nuevo con el sombrero de copa y agitó lacampanilla con violencia.Al cabo de un rato se reanudó la sesión, pues los diputadosfranceses no están pendientes del reloj o de cualquier incidentepara largarse a sitios menos propicios al servicio de la Patria aperder el tiempo, la salud, el prestigio y sus dietas así no más. Estavez logró hablar el sei'or Briand y con voz que denotaba el másprofundo desprecio, increpó al señor Daudet, como pudiera increparsea más de un diputado tropical agresivo, inquieto y desautorizado,diciéndole: usted es el denostador de todos los hombres queconsidera como un obstáculo a sus proyectos ridículos. Insúlteme.Yo soy feliz al recibir sus insultos. <strong>El</strong>los me honran más que suselogios.Temo haber hecho un triste favor a mi tierra al relatar, a grandesrasgos, esta sesión borrascosa de la Cámara Francesa. Quizá hubierasido mejor hablar de una sesión muy calmada de la Cámarade los Comunes a que asistí, y en la que me llamó la atención antetodo el reguero de papeles en el piso y las posturas de los legislado-363

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