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Ago. Sept. Oct. Nº 282-283-284 - Biblioteca Virtual El Dorado

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IIIAunque el liberalismo, como doctrina política y como actitudde la mente es ya viejo en el mundo, hay que confesar que aún lesfalta mucho que andar a los partidos políticos de América conideario liberal para el cumplimiento de sus postulados. Hemos vividoun siglo de batallar sin cuento tratando de fijar nuestros rasgospropios, de hacemos una personalidad inconfundible, y esa labortitánici la hemos realizado entre las nieblas de la ignorancia y laslocuras de una democracia joven e impetuosa. ¿Por quc, pues, sorprendernos,si aún no hemos tomado una posiciÓn elevada y seguraen materia política?No hay que olvidar que nuestra América es un buen campo deexperimentación para todas las teorías políticas, desde las más primitivashasta las más avanzadas. Si pasáramos revista a todas lasque se han ensayado en ciento veinte años, podríamos hacer intere.san te s observaciones. La masa, dúctil y curiosa, con caprichos ycrueldades infantiles, se ha prestado a todo y los ensayos constitucionales,han abarcado desde el Estado teocrático hasta el Estadocomunista. Pero en realidad no han sido las ideas sino los hombreslos que han arrastrado a las multitudes que con el mismo ardorcantaron un día vilhincicos religiosos en loor a Bolívar durante eloficio de la misa en la sierra peruana, o hicieron pedazos a Alfaroen las calles de Quito. Al lado de un Santander, un Morazán, unSarmiento y un J uárez figuran en nuestra historia un Melgarejo, unRosas, un doctor Francia y un Soulouque. Un día escala las alturaspresidenciales un sombrío fanático religioso; otro día un sargentode pocas luces; otro, un simio lascivo, o un pensador tenebroso, oun gran literato pero estadista mediocre, o un socialista extraviado,o un pirata insaciable que convierte en dinero hasta el aire que serespira en su país y se lo coge, o un alcohólico, o un déspotaamigo del fausto, o un emperador de relajo, o en suma cualquiersoldado brusco o leguleyo de malas artes, como hemos visto recientemente;y todos tienen su día: aquel en que las multitudes lospasean en triunfo, los aclaman hasta el delirio, dictan leyes endiosándolosy cubren de t10res la senda que los conduce al Capitolio.Pero si no saben retirarse a tiempo y con tacto o si su vida notermina por causa natural oportunamente; si se apegan al podercomo la hiedra al muro, recorren luego, inevitablemente, la sendade espinas que conduce a la roca Tarpeya o en fuga ominosa van acalmar su nostalgia de mando derrochando el oro de sus pueblosinfelices en París o Berlín o cualquier otra capital europea.98

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