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Tres cerditos - Apostolos Doxiadis

Apostolos Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder engañar a la muerte.

Apostolos
Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga
y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de
tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una
fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder
engañar a la muerte.

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en vez de «follar». A ella le parecía que eso le daba cierta clase.<br />

—No —repuso Leo—. Me lo debes por ser totalmente discreto sobre ese<br />

par de buenos polvos. O más bien un par de miles de buenos polvos que<br />

empezaron, por si ya se te ha olvidado, cuando tu difunto marido todavía<br />

estaba vivo.<br />

Thelma lo miró inescrutable durante un momento, después cerró los ojos<br />

y los músculos de su cara se tensaron, como si estuviera a punto de gritar.<br />

Pero de repente los relajó, abrió los ojos y sonrió de nuevo, poniendo su<br />

mejor sonrisa, la más bonita que le había visto Leo desde que la conocía y la<br />

que llegaría a verle, porque nunca volvió a dedicarle otra igual.<br />

Al día siguiente lo nombró presidente de Northern Copper.<br />

Leo asumió sus nuevas obligaciones en enero de 1943. Le llevó un<br />

tiempo comprender cómo funcionaba el negocio. Pero entonces se dio cuenta<br />

de que había conseguido dos cosas: aparte de lograr librarse del reclutamiento<br />

(el presidente de Northern Copper estaba innegablemente «haciendo una<br />

contribución significativa a la guerra»), de repente estaba en el lugar perfecto<br />

para ganar mucho dinero. Y no me refiero a ganarlo de la forma oficial, es<br />

decir, con un salario más alto, que obviamente también tenía, sino a otras<br />

formas que no estaban a su alcance cuando trabajaba en las oficinas centrales<br />

de Frank & Worthington.<br />

Es que, signore, ese hijo de puta de Al Frank había puesto más controles<br />

en su tienda de los que un capo les pone a sus caporegime para asegurarse de<br />

que nadie lo engañaba. Hasta el último céntimo que cambiaba de manos, no<br />

solo el dinero que salía o entraba en la empresa, sino también el que se<br />

movían por dentro, entre un departamento y otro, tenía que registrarse varias<br />

veces mediante facturas, recibos y vaya usted a saber qué más, y había<br />

contables, auditores y otros inútiles parecidos mirando por encima del<br />

hombro de todo el mundo constantemente.<br />

Informes mensuales, semanales, diarios. Y en Frank & Worthington no<br />

solo se controlaba el dinero, sino también el tiempo, hasta el último minuto;<br />

seguramente los trabajadores tendrían que registrar hasta el tiempo que les<br />

llevaba echar una meada para que su jefe pudiera estar seguro de que no<br />

malgastaban el tiempo de la empresa. Y todo eso, aparte de ser un absoluto<br />

incordio, significaba que alguien que trabajara allí no podía ni acercar su

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