Tres cerditos - Apostolos Doxiadis
Apostolos Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder engañar a la muerte.
Apostolos
Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga
y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de
tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una
fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder
engañar a la muerte.
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que al quinto o sexto se mordió la lengua con tanta fuerza que se le quedó la<br />
mitad colgando fuera de la boca y sangrando muchísimo. Entonces, sin<br />
esperar a que recuperara la consciencia, Aristide, ayudado por Lela, subió a<br />
Leo a una pequeña lancha motora que tenían en Belle Époque y lo llevó a<br />
Ndjolé. La enfermera de la misión no tenía conocimientos suficientes para<br />
ocuparse de eso, pero allí disponían de un barco más grande y en él lo<br />
enviaron, acompañado siempre por Aristide, a un lugar llamado Lambaréné, a<br />
dos horas corriente abajo, donde había un sitio que era más o menos un<br />
hospital.<br />
Lo había fundado un alemán (o medio alemán, o lo que fuera), un<br />
misionero al que llamaban doctor Schnitzel. Y aunque aquello no era<br />
exactamente el hospital Mount Sinai, estaba bastante bien para los estándares<br />
de la jungla. El doctor Schnitzel se había ido a Europa a intentar estrujar unos<br />
cuantos bolsillos cristianos para sacarles un poco de dinero para su hospital,<br />
que es lo que mejor saben hacer esos religiosos. Pero había allí un cirujano<br />
que sí tenía suficientes conocimientos para coserle la lengua a Leo. Lo<br />
ingresó allí, en el hospital, hasta que se recuperó lo suficiente para comer con<br />
normalidad y después escribió una carta para derivarlo a un especialista de<br />
Libreville, la capital de Gabón, para que estudiara lo de las convulsiones. Le<br />
dijo que era algo grave, seguramente algo de vida o muerte si no se trataba<br />
adecuadamente, y que Leo debía ir a verlo inmediatamente.<br />
Es curioso, signore, pero si Peppe Terranova hubiera tenido noticia de lo<br />
que estaba ocurriendo en Lambaréné en ese momento, le habría dado a ese<br />
cirujano un abrazo y tal vez incluso un beso. Y no me refiero a él en su papel<br />
de Rico Ginsburg, que se los daría en agradecimiento porque estaba<br />
ayudando a su «amigo Leo» dándole un buen consejo médico, sino a él de<br />
verdad, a Terranova el gánster, a Terranova-Terranova. Claro que el cirujano<br />
tenía las mejores intenciones, pero, curiosamente, al intentar salvar la vida de<br />
Leo, estaba sin querer actuando para ayudar a Terranova. Porque lo que hizo<br />
ese cirujano al enviar a monsieur MacLane a la clínica de Libreville fue<br />
asegurarse de que el viejo Peppe pudiera ganarse el millón ochocientos<br />
cincuenta mil dólares que le quedaba, que no conseguiría que le enviara el<br />
«Trovatore» si Leo Frank pasaba a mejor vida antes de que llegara el<br />
momento que Tonio Lupo había elegido para su muerte.