Tres cerditos - Apostolos Doxiadis
Apostolos Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder engañar a la muerte.
Apostolos
Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga
y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de
tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una
fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder
engañar a la muerte.
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por falta de fondos. Aunque era un encargo interesante y bien pagado, me<br />
sentí inmensamente aliviado. Ese lugar estaba lleno de recuerdos del anziano<br />
y también posiblemente todavía quedara por allí (no podía estar seguro, pero<br />
tampoco quería averiguarlo) un rastro de peligro en el aire. El «shock<br />
emocional» que mencionó el policía de Ginebra se había manifestado ya.<br />
Había necesitado su tiempo para pasarme factura, pero sus efectos se<br />
quedaron conmigo un tiempo. Puede que la fortuna acompañara al anziano<br />
cuando nuestros caminos se cruzaron, pero no me acompañó a mí.<br />
Necesité varios meses para recuperar la calma. Una parte necesaria del<br />
proceso de recuperación fue dejar mi apartamento y mudarme a una nueva<br />
dirección, una que no conociera el «signor Xiomar» (en ese momento ya<br />
tenía muchas razones para creer, como los policías de Ginebra, que ese<br />
nombre debe ir entre comillas). Otro paso igual de crucial en mi recuperación<br />
fue seguir estrictamente el consejo del anciano de «dejar que durmieran los<br />
mafiosos». No le conté a nadie la historia, ni tampoco que había conocido a<br />
ese anciano, ni siquiera a mi mujer, a la que conocí un año después de mi<br />
vuelta de Ginebra.<br />
Unos pocos meses después de nuestra boda, mi esposa recibió una<br />
atractiva oferta de trabajo que nos obligaría a mudarnos a otra ciudad en otro<br />
estado. La animé a aceptarla, diciéndole que yo estaría feliz donde estuviera<br />
ella. Creo que esos ánimos míos le habrían resultado menos conmovedores si<br />
hubiera sabido que la principal razón para dárselos fue que creía que ese<br />
cambio contribuiría a que el signor Xiomar me perdiera la pista.<br />
Pero no fue así.<br />
Pasaron siete años y la historia de los hermanos Frank casi se había<br />
borrado de mi memoria cuando, una mañana de un domingo de noviembre de<br />
1981, al levantarme, encontré un paquetito en el suelo del vestíbulo, a unos<br />
centímetros de la puerta principal, que obviamente alguien había colado por<br />
la noche a través de la gatera. Estaba a mi nombre. Yo esperaba unos<br />
materiales de un proveedor, así que lo desenvolví sin fijarme demasiado.<br />
Pero dentro del paquete había unos objetos que no esperaba volver a ver:<br />
seis casetes, los primeros tres con la fecha «4 de enero de 1974», y el resto,<br />
con la de «5 de enero». La letra y los números eran los míos.<br />
El shock que sufrí tras la explosión de la bomba de Ginebra fue pequeño