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Tres cerditos - Apostolos Doxiadis

Apostolos Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder engañar a la muerte.

Apostolos
Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga
y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de
tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una
fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder
engañar a la muerte.

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Manhattan, claro, pero tenía unas cuantas tiendas, coches y cosas así, y un<br />

hotel decente con un buen restaurante y un bar aún mejor. Había unos<br />

cuantos huéspedes cuando Leo se registró, todos blancos, claro, y la mayoría<br />

franceses. Pero unos días después, cuando por fin desapareció el dolor de<br />

muelas y Leo dejó de sentirse tan mal, vio llegar a una pareja de los Países<br />

Bajos, unos de esos locos por la naturaleza (iban a buscar mariposas, creo),<br />

que iba acompañada por su hija, una chiquilla de veinte años bastante<br />

atractiva, del tipo «capullito en flor».<br />

Leo se dio cuenta, para su sorpresa, de que se le había olvidado lo bonitas<br />

que eran las mujeres de carne y hueso en comparación con las de sus<br />

recuerdos, las que utilizaba para masturbarse. De hecho se quedó tan<br />

prendado de ese espécimen vivo, esa chica holandesa (como se me ha<br />

olvidado su nombre, llamémosla simplemente «el Tulipán»), que aunque<br />

había estado yendo a un burdel diariamente desde que llegó a Port-Gentil, no<br />

fue ni una vez más desde que la conoció. Y lo que es peor: aunque terminó<br />

con el dentista un par de días después de que llegara el Tulipán, Leo no se fue<br />

de la ciudad.<br />

Al principio solo la observaba en el vestíbulo o en el restaurante del hotel.<br />

Una vez incluso consiguió que le sonriera. Después empezó a considerar la<br />

posibilidad de acercarse. La manera más natural era a través de sus padres,<br />

que de todas formas la mantenían muy bien vigilada. La pareja tenía más o<br />

menos la edad de Leo y hablaba un inglés decente (y la chica también, de<br />

hecho). Así que una noche se puso a charlar con ellos en el bar antes de la<br />

cena, los invitó a unas copas y les propuso que cenaran todos juntos. En<br />

presencia del Tulipán, Leo desempolvó sus viejas habilidades de embaucador<br />

y representó a la perfección el papel de fascinante aventurero blanco, cazador<br />

de presas de caza mayor, explorador y todo lo que se le ocurrió. Entretuvo a<br />

los holandeses con muchas historias de sus grandes hazañas, algunas de las<br />

cuales habían sucedido en Nueva Zelanda (antes de contarlas había<br />

averiguado que ellos nunca habían estado allí) y otras en África. A los padres<br />

lo que contaba les resultó entretenido, pero el Tulipán se quedó impresionada.<br />

Los cuatro volvieron a cenar juntos la noche siguiente y la siguiente.<br />

Una mañana el Tulipán les dijo a sus padres que estaba enferma y que no<br />

podía ir a su cita diaria con las mariposas. Ellos se lo contaron a Leo durante

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