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Tres cerditos - Apostolos Doxiadis

Apostolos Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder engañar a la muerte.

Apostolos
Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga
y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de
tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una
fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder
engañar a la muerte.

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gueto, o lo que fuera: porque se trataba de gánsteres viejos, otra generación<br />

que ya había desaparecido. En el juzgado, yo era el acusado y me juzgaban<br />

por «alta traición», algo similar a cuando me encontraba con el viejo capo y<br />

me decía esa única palabra. Y en uno de los sueños (el que más miedo me dio<br />

de todos) la sentencia era «muerte por mordimiento» (las palabras de los<br />

sueños, siempre extrañas); un tipo muy viejo, un Pete Mostacho, la dictó.<br />

Después me llevaron a un lago subterráneo y me tiraron al agua, donde me<br />

encontré rodeado de cocodrilos. Busqué como loco mi revólver debajo del<br />

cinturón, pero no lo tenía, y pensé una de esas locuras que se piensan en los<br />

sueños: «ese maldito Ángel lo ha perdido, no lo ha guardado en mi maleta».<br />

Entonces un cocodrilo gigante abrió la boca y vino directo hacia mí. En ese<br />

momento me desperté sobresaltado, gritando. Fue la única vez que desperté a<br />

Ekaterina.<br />

Los sueños duraron un par de semanas. No dormía bien por su culpa y<br />

durante el día estaba de mal humor. Quería que pararan. Por eso, tras unas<br />

cuantas noches padeciéndolos, empecé a dar largos paseos por las mañanas, y<br />

a veces también por las noches, después del trabajo, como hacía en los viejos<br />

tiempos cuando planeaba una operación.<br />

Durante esos paseos repasé mentalmente una y otra vez lo que ocurrió en<br />

la playa de los cocodrilos, intentando entender por qué hice lo que hice; creía<br />

que, si lo entendía, los sueños me dejarían en paz, como ocurría en el pasado<br />

cuando encontraba una respuesta a la pregunta sobre lo que iba a hacer<br />

después o cómo planear la siguiente operación. Pero ya no había operación<br />

que planear. En aquel momento me dije que planear era al futuro lo que<br />

comprender al pasado: una forma de poner orden en el lío de la vida.<br />

Por encima de todo estaba eso de «traidor» del primer sueño y lo de la<br />

«alta traición» en los otros; eso era lo que más me martirizaba. Porque en el<br />

mundo en que yo crecí, ser un traidor era el peor pecado que un hombre<br />

podía cometer. ¿Pero me sentía un traidor por el día, cuando estaba despierto,<br />

por haber salvado a Leo Frank? La verdad es que no. Ni lo más mínimo. No<br />

antes de que llegaran esos sueños.<br />

Hasta entonces yo lo había visto así: era cierto que le había jurado a mi<br />

capo que iba a ejecutar su maledizione hasta el final, una tarea a la que había<br />

dedicado la mayor parte de mi vida sin apartarme del camino ni una vez, ni

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