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Tres cerditos - Apostolos Doxiadis

Apostolos Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder engañar a la muerte.

Apostolos
Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga
y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de
tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una
fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder
engañar a la muerte.

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salvó nadie. En el lugar donde había estado mi casa, mi preciosa casa, solo<br />

quedaba un enorme agujero. Todos, todas las personas que amaba en el<br />

mundo, estaban muertos. Excepto Stellina, claro, que estaba a mi lado y no<br />

paraba de chillar.<br />

Los policías (unos chicos locales bastante estúpidos y un par de federales<br />

que vinieron de Boston) me hicieron preguntas sin parar durante unas horas.<br />

¿Sabía quién era el objetivo? Claro que sí: yo, y también mi familia, pero eso<br />

solo para que hiciera un impacto mayor, para que sirviera de advertencia para<br />

otros. ¿Sabía quién estaba detrás de la explosión? Claro que sí: la familia<br />

Gozzoli, de Chicago. ¿Sabía por qué lo habían hecho? Sí: para castigarme por<br />

matar a ese abogado corrupto, a ese Junior, y con esa acción haber dejado al<br />

usurero al que protegían sin su dinero.<br />

Los federales vieron que conocía las respuestas, pero como también<br />

sabían quién era, comprendieron que no se las iba a dar. Antes de soltarme<br />

me dijeron que, al mismo tiempo que había estallado la bomba en mi casa,<br />

dos antiguos conocidos míos, un tal «Calo Russo» y otro llamado «Giulianno<br />

Nonno, alias Pinza», habían muerto en Brooklyn, el primero degollado y el<br />

segundo de un disparo.<br />

No me quedé a honrar a los difuntos. Dejé dinero e instrucciones para los<br />

funerales, pero no asistí. Era demasiado peligroso. Y era más importante la<br />

responsabilidad que tenía con los vivos.<br />

Así que me llevé a la niña, a mi Stellina, y desaparecí. Me costó un<br />

tiempo encontrar un lugar seguro. Pero lo logré. Y ahora, mientras escribo<br />

estas últimas palabras, siento una infinita gratitud hacia aquellos que la<br />

cuidaron durante todos esos años y la criaron bien. Y también estoy<br />

agradecido con los que están cerca de ella ahora y la quieren como se merece.<br />

Está segura. Mi pasado no puede alcanzarla. Es una buena mujer, nada que<br />

ver con su nonno, que, a pesar de que es la peor de las escorias, está muy<br />

orgulloso de ella. Al final he podido tener la felicidad definitiva en mi vida,<br />

que ha sido verla y hablar con ella, aunque ella no sabía quién era cuando<br />

hablamos (pero sí lo sabe ahora que me he ido). Y también conoce mi historia<br />

gracias a usted y a su aparato grabador, mi querido signor […]. Deseaba<br />

desesperadamente que la conociera, sobre todo por el final, por lo que ocurrió<br />

aquella mañana, en la primavera de 1951, en la playa de los cocodrilos.

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