Tres cerditos - Apostolos Doxiadis
Apostolos Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder engañar a la muerte.
Apostolos
Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga
y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de
tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una
fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder
engañar a la muerte.
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Terranova en la playa de los cocodrilos, pero había sido un día largo, y antes<br />
de que pudiera encontrar una hipótesis viable sobre sus motivos para salvar al<br />
hermano Frank número tres, me quedé dormido.<br />
Me desperté más o menos una hora antes del amanecer por el efecto<br />
cuadriplicado de una potente explosión: un fuerte fogonazo de luz, el violento<br />
temblor del edificio, un ruido ensordecedor y una lluvia de cristales de la<br />
ventana. Al principio estaba demasiado aturdido para darme cuenta de que<br />
estaba sangrando, y solo cuando llegué al vestíbulo del hotel, acompañado<br />
por el resto de huéspedes aterrorizados, y me miré en un espejo, me percaté<br />
de que tenía un trozo de cristal saliéndome del hombro.<br />
Me llevaron al hospital universitario en un coche privado, con otro par de<br />
personas que tenían heridas de poca importancia. Pero por el número de<br />
ambulancias apostadas en la puerta del hospital y la conmoción que reinaba<br />
dentro, estaba claro que había heridos más graves.<br />
Un cirujano me sacó el cristal del hombro, me cosió y me trató la herida,<br />
que era bastante profunda. Me dijo que había tenido suerte, que si el cristal se<br />
hubiera clavado unos centímetros a la derecha, me habría seccionado la<br />
yugular.<br />
Esperaba que me dieran el alta, pero en vez de eso me llevaron a una<br />
habitación privada y me pidieron que me tumbara en la cama. Lo había<br />
ordenado el médico, al parecer. Unos minutos después llegaron un policía de<br />
uniforme y dos hombres con ropa de paisano. El policía de uniforme presentó<br />
a los otros dos como «oficiales de la policía internacional» y me dejó con<br />
ellos. Los dos hombres se sentaron en unas sillas junto a la cama. Hablaban<br />
un inglés bastante bueno, el más joven con un leve acento francés y el mayor<br />
con uno italiano más fuerte.<br />
Lo primero que me preguntaron fue cuál era la naturaleza de mi relación<br />
con «el caballero mayor con el que había llegado al hotel la tarde anterior y<br />
con el que había salido después por la noche». Yo les pregunté si el hombre<br />
había resultado herido en la explosión y me respondieron con ese tópico que<br />
sale en casi todas las películas de policías: «Disculpe, pero somos nosotros<br />
quienes hacemos las preguntas aquí».<br />
Así que les respondí: había conocido al anciano dos noches antes en un<br />
convento carmelita. Se había presentado como «signor Xiomar» y no, no