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Tres cerditos - Apostolos Doxiadis

Apostolos Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder engañar a la muerte.

Apostolos
Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga
y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de
tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una
fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder
engañar a la muerte.

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DESDE FINALES DE 1943, cuando Rico dejó a su amigo Leo en el carguero en<br />

Cayena, Terranova no había salido de Newport. Estuvo allí todo el tiempo,<br />

viviendo sin interrupciones la rutina de su tapadera en la que era el señor<br />

Terranova, hombre familiar de vida tranquila que respetaba y cumplía la ley.<br />

Una rutina que con el paso de los años fue quedando salpicada de<br />

acontecimientos agradables: la boda de su hijo Guglielmo y el nacimiento de<br />

otros cuatro nietos. Ya se había convertido en nonno, o sea, en abuelo, por<br />

primera vez antes de irse a La Habana con Leo Frank, cuando Renata se casó<br />

con Chuck, un mecánico de coches de Newport, y tuvo al pequeño Billy. Un<br />

año después de que volviera de Sudamérica, Guglielmo les hizo a Ekaterina y<br />

a él doblemente felices al casarse con Alessandra, una encantadora chica<br />

italiana que en los años siguientes dio a luz a dos hijos: Giuseppe y Guido. Y<br />

más adelante llegaron felizmente Marianna y Stella, hijas de Renata. En<br />

cuanto a la hija pequeña de Terranova, Maria-Teresa, no se había casado,<br />

todavía no. Siempre había sido una gran estudiante (su padre pensaba que el<br />

cerebro lo había heredado de él, al menos su parte buena); cuando acabó el<br />

instituto, consiguió plaza con una beca completa en una universidad de<br />

primera, donde ya había obtenido media docena de menciones, y para<br />

entonces estaba en el segundo curso en una prestigiosa facultad de medicina<br />

de Nueva York, lo que hacía a Terranova soñar con el día en que pudiera<br />

hablar de ella diciendo: «mi hija, la doctora». En cuanto a la otra parte de la<br />

tapadera del señor Terranova, el restaurante, para entonces iba muy bien,<br />

sobre todo desde que Guglielmo se había hecho cargo de la cocina; desde<br />

entonces Terranova recibía constantemente halagos de los clientes sobre lo<br />

excelente que era la comida, algo que a su papà le llenaba de un enorme<br />

orgullo.

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