Tres cerditos - Apostolos Doxiadis
Apostolos Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder engañar a la muerte.
Apostolos
Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga
y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de
tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una
fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder
engañar a la muerte.
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a Long Island en una limusina con chófer que había alquilado especialmente<br />
para la ocasión. El tipo que sabía del mercado y el experto en números<br />
también estaban en la reunión, además de Al y Nick, aunque antes de que<br />
empezaran, su hermano le ordenó que no hablara mucho (preferiblemente<br />
nada) para que él y sus socios pudieran hacerle a Koltai las preguntas<br />
necesarias para sonsacarle los detalles que les hacían falta para tomar una<br />
decisión.<br />
La reunión se produjo en el despacho de Al, en el pabellón del jardín, y<br />
duró poco más de una hora. Los tres no dejaron de hacer preguntas, y Koltai,<br />
de responderlas. Solo hablaron de números, porcentajes y rendimientos de la<br />
inversión, cosas de las que Nick no entendía y que tampoco le importaban.<br />
Pero después de la conversación, Al sugirió que Koltai se tomara una copa<br />
con ellos. Al oírlo, Nick tuvo que reprimir un grito de alegría, porque<br />
entendió que eso era una buena señal; Al no malgastaba su tiempo con<br />
cortesías en temas de negocios a menos que fuera en serio.<br />
El propio Al les sirvió a todos un buen coñac francés, que importaba<br />
Frank & Worthington, en unos bonitos vasos de cristal tallado italiano,<br />
producto que también vendía su empresa, y vino un camarero que dejó sobre<br />
la mesa una bandeja de plata con almendras bañadas en caramelo y chocolate,<br />
una de las primeras especialidades de la marca propia Frank Delicacies.<br />
Joseph Koltai contribuyó a la atmósfera festiva sacando su purera y<br />
compartiendo sus habanos, mientras Nick, que le había cogido el gusto a esos<br />
puros, le decía a todos que eran los mejores del mundo y que no se los<br />
perdieran. Al hizo un brindis «por el negocio del cine», que Nick interpretó<br />
como otra señal prometedora. De hecho, no pudo controlarse y demostró su<br />
felicidad haciéndole un guiño muy discretamente a Koltai.<br />
Los tres hombres se sentaron a beber su coñac y fumar sus puros y<br />
hablaron de esto y aquello durante un rato: el experto en números comentó<br />
que Wall Street al fin se había recuperado tras el crac, el que sabía del<br />
mercado habló de Franklin Roosevelt y de sus políticas con tendencias<br />
bastante rojas y Al mencionó a ese hombrecillo de Alemania, Adolf Hitler,<br />
que, aunque era el hazmerreír de todos, había hecho maravillas con su<br />
política de reforzar la industria y construir autopistas.<br />
Koltai no dijo mucho, aparte de expresar ciertas dudas sobre la naturaleza