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Tres cerditos - Apostolos Doxiadis

Apostolos Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder engañar a la muerte.

Apostolos
Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga
y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de
tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una
fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder
engañar a la muerte.

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LEO SE DESPERTÓ SOLO, sin la ayuda de la llamada de teléfono. Se sentía<br />

muy fresco. Tumbado en la cama, oyó el eco lejano de la banda que tocaba<br />

abajo y de una voz masculina que cantaba una canción de amor francesa.<br />

«Ah, ¡un momento perfecto para que haga su aparición “Bernard MacLane, el<br />

donjuán”!», se dijo. Se fue a la ducha cantando, muy contento. Cuando salió,<br />

se puso el albornoz, se secó, miró su reloj y vio que eran las 3.20 de la<br />

madrugada. ¡Se había pasado las últimas dieciocho horas durmiendo casi sin<br />

interrupción! El recepcionista no había llamado, seguro que siguiendo<br />

órdenes del director. ¡Habían conspirado para que se perdiera la fiesta,<br />

malditos desgraciados!<br />

Leo cogió la botella de ginebra que llevaba en la maleta para emergencias<br />

y le dio unos cuantos sorbos. Y después unos pocos más. Estaba lleno de<br />

energía y determinación, decidido a vengarse de ese mundo frío e insensible,<br />

un mundo que lo había exiliado, que lo había convertido en un marginado.<br />

Fue hasta la puerta, la abrió y salió al pasillo sin molestarse ni en ponerse los<br />

zapatos (ni tampoco algo más que el albornoz).<br />

Se dirigió a recepción y se pasó un buen rato escupiéndole una andanada<br />

de insultos al pobre recepcionista. Entre insulto e insulto, el pobre chico<br />

estuvo intentando asegurarle que sí que había llamado a su habitación y que,<br />

como no respondía, incluso envió a un botones a buscarlo, que se preocupó al<br />

ver que no respondía a los golpes en la puerta y por eso entró y se lo encontró<br />

tranquilamente roncando como un cerdo (aunque el educado recepcionista no<br />

dijo lo de «como un cerdo»).<br />

Todavía quedaban una docena de huéspedes en el restaurante, que habían<br />

convertido en pista de baile para la fiesta de Nochevieja. La banda seguía

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