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Tres cerditos - Apostolos Doxiadis

Apostolos Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder engañar a la muerte.

Apostolos
Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga
y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de
tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una
fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder
engañar a la muerte.

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un momento. Hasta que salvé al último hermano. ¿Pero había roto el<br />

juramento que le había hecho a mi capo al hacerlo? En otras circunstancias<br />

habría respondido, sin dudarlo un segundo, que por supuesto que sí.<br />

Pero esto era diferente.<br />

Mire, signor […], yo era un hombre al que le habían enseñado a poner<br />

por encima de todo la lealtad: la lealtad a los míos, a mi gente. Pero para que<br />

la lealtad tenga sentido, tiene que estar presente en ambas partes. Quiero decir<br />

que solo se le debe lealtad a los que son leales contigo también. Y eso no se<br />

había dado en este caso. El juramento a mi capo lo había roto ese cabrón de<br />

John Basil Junior. Él era el único hombre que tenía poder para darme órdenes<br />

sobre mi misión, atendiendo a las últimas voluntades de mi capo. Y él había<br />

intentado engañarme. La lealtad es como la virginidad: se pierde una vez y<br />

nunca se recupera. Mi capo debería haber elegido mejor familia para<br />

confiarle la importante tarea de vigilar la ejecución de su venganza. Junior<br />

me traicionó, así que yo no tenía por qué obedecer sus órdenes. Eso fue más o<br />

menos lo que pensé aquella primavera, cuando volví a casa, y por eso estaba<br />

tan contento cuando brindé por mí con el bourbon doble en el vuelo de<br />

Chicago a Nueva York, después de matar a Junior. Él me había tendido una<br />

trampa, pero yo había sido más listo.<br />

Signor […], tras haber oído toda mi historia, creo que ya se habrá dado<br />

cuenta de que soy un hombre muy lógico. Y no estoy fanfarroneando. Solo<br />

quiero decir con eso que en la cabeza tengo un cerebro que funciona (o al<br />

menos lo tenía cuando era joven) y siempre he sabido cómo utilizarlo, y lo he<br />

hecho cuando era necesario. Pero en lo que respecta a mis acciones en la<br />

playa de los cocodrilos, ese octubre, durante mis largos paseos junto al mar<br />

instigados por esos malditos sueños, tuve que admitir una cierta incoherencia,<br />

un cierto defecto en la forma de pensar por mi parte. Porque la verdad es que<br />

descubrí que Junior quería acabar conmigo después de haber matado a los<br />

cocodrilos del Nilo. ¿Entonces cómo podía ser eso la causa de mis acciones<br />

cuando salvé a Leo Frank? La causa no puede llegar después del efecto, ni el<br />

carro ir delante de los bueyes.<br />

Seguí intentando reflexionar sistemáticamente durante esos paseos y<br />

encontré algo parecido a una respuesta a esa incoherencia: aunque no sabía lo<br />

de la traición de Junior con seguridad antes de que Mickey, el irlandés, me lo

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