Tres cerditos - Apostolos Doxiadis
Apostolos Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder engañar a la muerte.
Apostolos
Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga
y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de
tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una
fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder
engañar a la muerte.
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oído:<br />
—No creo que echara a esa de mi cama ni aunque comiera galletas y lo<br />
dejara todo lleno de migas.<br />
—No, yo creo que tiraría las galletas —respondió el hombre.<br />
Ambos rieron. Y así, signore, empezó la bonita amistad entre Leo Frank y<br />
Rico Ginsburg.<br />
Según Leo, su conexión fue «algo químico» desde el principio. Desde que<br />
posó por primera vez los ojos en Rico (como le diría a él más adelante), supo<br />
que se iban a hacer amigos. Era un tipo relajado, de trato fácil y que tenía<br />
sentido del humor. Ah, y también vestía de forma elegante, nada ostentosa,<br />
con un abrigo de pelo de camello de buen corte, guantes marrones de ante y<br />
sombrero de color castaño, un estilo que a Leo le gustó especialmente. Y<br />
sobre todo parecía listo; se le veía en los ojos grises verdosos, en la sonrisa y<br />
en sus respuestas. Y ya durante esa primera conversación, tras la cual<br />
básicamente quedaron para el día siguiente a la misma hora y en el mismo<br />
banco, a Leo se le ocurrió que posiblemente, solo posiblemente, podía ser el<br />
hombre que buscaba, el socio que necesitaba para ese nuevo chanchullo que<br />
andaba maquinando.<br />
En ese primer encuentro, ese hombre le contó algunas cosas de él: que<br />
Rico Ginsburg había nacido en Estados Unidos, pero era, como Leo, de<br />
familia italiana, aunque, a diferencia de Leo, Rico se fue con su mamma a la<br />
bella Italia cuando era pequeño, después de que muriera su papà, e hizo su<br />
vida allí. Pero unos meses antes de ese encuentro con Leo en Central Park,<br />
Rico Ginsburg había vuelto a la bella America. Y no por razones<br />
económicas, porque el hombre era rico y tenía en Milán un negocio de la<br />
industria textil. Pero también era judío, algo que no le gustaba nada a los<br />
fascisti (un desagrado que era mutuo). Así que, tras haber sido descuidado en<br />
una fiesta en la que expresó una opinión sincera sobre el payaso de Mussolini<br />
más abiertamente de lo que debería, lo arrestaron, lo juzgaron y lo metieron<br />
en la cárcel. Pero logró escapar y huir del país.<br />
Leo dejó escapar un silbido.<br />
—Menuda aventura, amigo —exclamó.<br />
—No fue tan difícil en realidad —le quitó importancia Rico—. Tuve un<br />
poco de suerte. Encontré a un guardia al que le gustaba mucho el dinero.