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Tres cerditos - Apostolos Doxiadis

Apostolos Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder engañar a la muerte.

Apostolos
Doxiadis construye en Tres cerditos una absorbente novela de intriga
y de aventuras, que es además una original reflexión con tintes de
tragedia griega sobre el destino, la suerte y la libre elección. Una
fábula en clave moderna sobre la eterna cuestión de cómo poder
engañar a la muerte.

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conservadoras y no querían follar a menos que hubiera una proposición de<br />

matrimonio de por medio (¿y cuántas veces se podía llegar a eso?). Menos<br />

mal que estaban las putas: negras, jóvenes y pícaras, con pechos duros y<br />

brillantes como limones de ébano.<br />

Leo Frank pasó un año y medio de diversión pura y verdadera, siempre en<br />

movimiento, siempre de viaje. Después, en mayo de 1945, en Yaundé,<br />

Camerún, oyó la noticia de que se había acabado la guerra en Europa. Los<br />

nazis habían sido aplastados y el pazzo de Hitler se había volado los sesos. Y<br />

en agosto el señor Truman dejó caer la madre de todas las bombas sobre los<br />

japos. Eran buenas noticias para el mundo, claro. Pero a Leo no le importaba<br />

el mundo. Él vio la nueva situación como un mensaje de que su época de<br />

movimiento constante estaba a punto de terminar. Con la guerra finalizada,<br />

los estadounidenses ricos empezarían a viajar a África, por negocios o por<br />

placer, y cuantos menos de esos se encontrara, mejor. Tal vez sería una buena<br />

idea empezar a gastar menos dinero. Bueno, tenía mucho, claro, y con el bajo<br />

coste de la vida en África podría pasar el resto de su vida cómodamente sin<br />

tener que trabajar ni un día, pero si seguía gastando a ese ritmo, tal vez no<br />

podría hacerlo con todas las comodidades que acostumbraba a tener. Era<br />

momento de establecerse en alguna parte, el último paso del plan que había<br />

hecho con Rico Ginsburg en aquel hotel decadente de East Harlem.<br />

Ginsburg era, por cierto, el único contacto que mantuvo en el Viejo<br />

Mundo; durante todo el tiempo que estuvo viajando le enviaba postales a una<br />

dirección segura de Detroit que él le había dado y dirigidas a otro nombre<br />

(ese hombre era tan avispado que pensaba en todo).<br />

MONSIEUR BERNARD MACLANE LE ENVÍA SUS SALUDOS DESDE SU<br />

NUEVO HOGAR, LA FINCA BELLE ÉPOQUE EN NDJOLÉ, GABÓN.<br />

Aparte de un nombre nuevo, una nueva nacionalidad y un nuevo<br />

pasaporte, el hermano número tres también tenía un nuevo país y una nueva<br />

casa. Y además, una nueva apariencia: en su época de viajes se había dejado<br />

crecer una hermosa barba bastante larga y para entonces estaba tan bronceado<br />

que se parecía más a los negros que había por allí que a un hombre blanco…<br />

¿Qué ocurre, signore? ¿Por qué frunce el ceño? Hay negros en África, ¿no lo

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